miércoles, 27 de julio de 2011

Del recuerdo, 6.

VI

Circe se había hecho con una estaca y trataba de apuñalarle con manos temblorosas. Sin embargo, su adversario tenía más fuerza y ni siquiera el factor sorpresa podía ayudarla contra lo sobrehumano. Aún así, logró colocarse sobre él, y en ese momento Alexander dejó de forcejear.

-De acuerdo, vos vencéis- Dijo con la mirada perdida-. Acabad conmigo.

La muchacha alzó el arma. Sus mejillas se habían sonrojado por el esfuerzo de la pelea.

-Contestadme algo: ¿porqué no me habéis matado inmediatamente?

El vampiro la observó con una mezcla de dulzura y dolor.

-Porque no puedo hacerlo. Simplemente, tenía otro destino pensado para vos.

-¿Destino?-Bajó la estaca- ¿Cuál?

-No tiene importancia. Acabad ya con mi vida.



Circe alzó de nuevo la afilada rama y se disponía a matarle pero ni recordando todo el mal que había hecho sentía deseos de acabar con él. Era un ser tan hermoso, tan elegante y misterioso como los que describían los románticos de la época, aquellos a quienes tanto admiraba. Le observó con detenimiento, los enormes ojos plateados, rasgados y sumamente profundos, casi tanto como un abismo, estaban clavados no en ella, sino que miraban a través de los suyos propios, haciéndola ruborizar. Su piel había adquirido el blanco grisáceo de la luz de la luna y el tacto de las perlas: suave y frío. Los largos cabellos azabache de la melena lacia le enmarcaban el rostro de rasgos afilados y marcados, le recordaba a las viejas estatuas de la Grecia clásica. Y aquella sonrisa...

Dejó caer el garrote con lágrimas en los ojos a la par que la criatura se quedaba anonadada.

-No puedo hacerlo, no puedo-Balbuceó-. Simplemente, no puedo.

-¿Qué? ¿Porqué, Circe? ¿Qué os lo impide?

-Siempre he sentido una irremediable atracción por la oscuridad, siempre ha amado a sus criaturas y a quienes creían en ellas-Se secó una lágrima-. No puedo mataros porque me habéis devuelto la fe y la confianza en mis ideas... Además, siempre he deseado que la oscuridad me llevase a ella para poder olvidar a esta sociedad que detesto.

-Entonces, venid conmigo.

-¿Cómo decís?-Pestañeó.

Alexander se sentó con la joven aún sobre él, le tomó las manos y se dispuso a relatar sus planes para ella.
-Dejad que os lleve a la oscuridad. Os convertiré en mi eterna compañera, vagaremos juntos entre las sombras y jamás volveremos a estar solos.-Había una nota de énfasis en su voz.

-Pero ¿porqué yo y no otra?-Su voz se convirtió en un murmullo a penas audible.

-Porque vos sois la única que ha nacido para vivir en la penumbra-Le sonrió con dulzura-. Y porque os amo.

Soltó sus manos y sujetó el hermoso rostro de la dama, inclinándolo hacia él; besó sus labios rojos lentamente, saboreándolo tanto como pudo.

Los besos del vampiro se quedaron grabados a fuego sobre su piel desnuda, sus caricias eran para ella el contacto más dulce que podía tener con él. Aquella noche no iba a poder morderle; no importaba, tenían la eternidad para ello. Alexander tenía la piel fría, pero el corazón caliente gracias a su aún existente humanidad. Sus ojos férreos brillaban con excitación al mirarla, y a ella le complacía eso, le gustaba ser deseada por su caballero eterno, como había elegido llamarle.

Alexander la besó un ciento de veces y seguía necesitando tener sus labios junto a los de la muchacha. Se aprendió de memoria cada centímetro de su piel y sabía que no los olvidaría jamás. Antes había pensado que era hermosa, ahora no conocía una palabra lo suficientemente grande como para usarla con ella. Su cuerpo de tez nívea resplandecía cuan estrella en la reina noche sobre la blanda cama, todo él digno de admiración: las largas piernas, la cintura de avispa, el abdómen fuerte, los senos redondos y firmes, los brazos finos, las manos de pianista, su cuello de cisne y el hermoso rostro. Digna de una escultura de Canova o incluso de un cuadro de Botticelli. La amaba. No por lo que sabía de ella, sino por lo que sentía en ella, su alma, tan pura y brillante pero a la vez tan oscura como la suya. Sería la perfecta emperatriz de su oscuridad.

Aquella noche del 14 de Octubre hizo suya a la única mujer que había amado y que amaría nunca. La noche era su elemento, y disfrutaron de ella hasta que se extinguió silenciosamente.


"El altar estaba helado, me hizo tiritar. Una espesa neblina blanca lo cubría todo, y me impidió ver cuándo apareció. Iba envuelto en una túnica negra, en contraste con su piel lechosa y aquellos ojos grandes y brillantes como el diamante más valioso. No supe de su presencia hasta notar el peso de su cuerpo sobre el mío. Estremecí.

Sus manos aterciopeladas sujetaron mi rostro infantil, inclinándolo hacia la derecha y provocando que la cascada de mis cabellos negros cayesen del ara. Noté el rastro húmedo de su lengua pasando por mi garganta y, de pronto, un pinchazo agudo. Proferí un chillido de dolor, un dolor que desapareció segundos después, dando lugar a un profundo placer ante la pérdida de sangre. Sí, pensé, por fin soy suya. La espesa y roja sangre empapó sus labios, lo supe cuando me besó. Así mismo, desapareció en la neblina, cerré los ojos y no volví a saber más de todo aquello."

Circe dejó la pluma sobre el tocador y escondió el diario bajo el colchón tras relatar el sueño que Alexander le había proyectado aquella noche. Desde hacía seis días, se presentaba a medianoche en sus aposentos, yacía con ella y, al amanecer, se marchaba, dejando una rosa roja sobre la almohada y un dulce sueño proyectado en su subconsciente. Era 20 de Octubre y quedaban diez días para su vigésimo cumpleaños. Como regalo, había pedido a su caballero eterno tener veinte años para siempre, y él se lo había concedido.
Todo iba bien ahora, en una semana sería la boda de Charlotte y todos estaban demasiado atareados para seguir buscando algo de cuya existencia aún dudaban. Circe se sentía tan bien que incluso había hablado de Alexander con tío Vic, quien opinaba que era un buen pretendiente. Así que el vampiro conocería esa misma tarde a la familia de su emperatriz y, si todo iba bien, seguirían las tradiciones humanas, pasarían desapercibidos, y podrían estar juntos para siempre. No obstante, algo en su interior le decía que algo no iba bien, una sensación desagradable, un sentimiento de traición sin lógica aparente. Buscaría explicaciones en otro momento.

2 comentarios:

  1. Y es que solo tú sabes hacer esas cosas. Joder, Em. Jooooder.
    Malditos vampiros y maldita tú u.u
    Bueno, sigamos leyendo.

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