Hace tan buen tiempo en la calle que por primera vez he preferido estar fuera de casa antes que dentro. Es domingo, todos los comercios están cerrados, y no hay un alma entre los edificios. Tan sólo se oye el griterío alegre de unos niños jugando cerca, y el ladrido de un perro alterado. Por lo demás, el mundo duerme, o dormita en este último día de semana.
Esta vez, después de muchos meses de cambios, de estrés, de quehaceres y deberes, estoy viviendo un fin de semana en soledad, de descanso y preparación para la última cuesta del curso universitario. Y, sin embargo, nada de lo que me complacía ayer me sacia ahora. Antes disfrutaba estando sola, y ahora tengo la terrible necesidad de hablar sin sentido, de abrazar y ser abrazada. Antes, podía llenar las horas leyendo, viendo anime, escribiendo... pero las vibraciones que eso provocaba han desaparecido o se han reducido al mínimo exponente.
La música no cesa en mis auriculares, no hay quien la pare, y apenas puedo contener la voz. Necesito cantar. Eso aliviará este hastío insoluble causado por la ansiedad del futuro cercano.
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