sábado, 16 de junio de 2018

El armario

Siempre había temido que el armario se abriese en medio de la noche. No sólo durante su niñez, sino también durante su adolescencia y desde el momento en que comenzó a fingir que había crecido, que era una adulta.

Siempre había temido que la oscuridad se deslizase entre las puertas de madera pulida, que se alargase por el suelo como brazos del más negro carbón, que apartase sus sábanas y la asfixiase en un abrazo espantoso. Podía oler la podredumbre del interior del mueble, percibía la pesadez de cada sombra y de cada recoveco, pero sobre todo le asustaba la marea enturbiada de sensaciones que sin duda la arrastraría en cuanto se abriese. Miedo. Inseguridad. Frustración. Asfixia. Vacío. Quizá esto último se convertía con más frecuencia en una pesadilla horrible.

Siempre había temido que lo que vivía en el interior del armario acabase con su vida, con sus días, con sus sueños y esperanzas, y en cierto modo no se equivocaba: había llamado siempre armario al lúgubre rincón de su mente donde acababan los pensamientos desterrados. Y los exiliados que inhalan sombras jamás perdonan.

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