domingo, 8 de marzo de 2020

Aurea mediocritas

Cuando me miro en el espejo no puedo ver nada. Mi cara un borrón, una nube, me escudriño los ojos y sigue sin haber nada. Y es mi boca una mueca de decepción reincidente, la oscura caverna de olor putrefacto donde se oculta mi mente y no habla, se calla, grita siempre hacia dentro y a patadas destroza el espejo y los cristales se clavan.

A los ojos me miro, me busco, y no obtengo nada. Las pequeñas pupilas, corrientes, opacas, analizan en busca de un rostro, el que sea, prescindible y corriente, hoy no hay suerte, quizá mañana. Sabe a sangre y a rabia y a frustración desmesurada, el cielo nublado que cierra mi cráneo, la sonrisa cortés y la mueca al velarla. Son cuatro canciones escritas deprisa, un libro y alguna película, patético intento de dibujarla.

La entrada al infierno te besa y te halaga y los ojos rehúyen, temiéndote más que a la nada. Y te asomas y dices que no es cierto, que tú ves un retrato. ¿Pero quién crees que ha pintado semejante garabato? Estúpida rima sin sentido ni forma. Una y otra vez, regreso a estas páginas intangibles, a esta tinta de unos y ceros, y escupo palabras bonitas, sentimientos maltrechos, sinceros. A cada línea, a cada año que pasa, me enfrento al espejo, y sigo difuminada. Escupo la sangre, me doy la vuelta, volvamos a ser la mediocre perfecta.

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