Retuerce con fuerza
todas y cada una de las
muñecas,
tan pequeñas,
y aprieta los dientes
que apagan los gritos,
no te quejes.
Y si viene
esconde las manos,
sucias, inocentes,
capaces de estar serenas
asfixiando muñecas.
Hoy soplas diez velas.
Agacha la cabeza.
Uf... me ha parecido tan absolutamente siniestro. Está lleno de huecos deliberados que dejas ahí para que el lector vuelque lo que considere y los rellene... y en mi caso me he ido a lugares muy oscuros de abuso y violencia intrafamiliar.
ResponderEliminarPero también me recuerda a crecer siendo niña, así en femenino. A aguantar la rabia y otras emociones que no se nos permiten expresar, cada vez más según nos hacemos mayores, a tener que parecer inocente y buena en toda ocasión, y acabar en estallidos de violencia contra objetos (o contra nosotras mismas). A, como dices al final, agachar la cabeza, ser sumisa, y aguantar la rabia bien dentro.
En fin, me gusta mucho lo que dices, pero también lo que no dices de forma tan cuidadosa, y que en tus textos haya que saber mirar un poco más allá y darle vueltas. Este poema en concreto me ha dado un golpe muy fuerte, y me ha fascinado en especial.