lunes, 6 de abril de 2020

Viejos hábitos

De vez en cuando, si las inclemencias climáticas lo permiten, Escarcha abandona la casa que se compró en el norte, mucho más al norte de lo que jamás había ido, y se aleja de los grandes árboles que la ocultan del cielo. Cientos de coníferas oscurecen sus días y eso, en parte, le reporta consuelo cuando añora la noche, pero en ciertas ocasiones necesita algo más.

Con paso firme, deja atrás el bosque y, frente a ella, las montañas libres, los profundos valles, la nieve y, tan abajo que ni los oye, los fieros ríos de aguas guerreras, dispuestas a destruir cuanto haya construido el hombre. Allí, Escarcha se recuesta sobre la roca desnuda y observa el infinito manto de estrellas que lo domina todo, sostiene la mirada a la luna sin miedo alguno y se pregunta si alguna vez volverá a oír ulular cuando las nubes se arremolinan.

Nada ha cambiado demasiado y al mismo tiempo todo lo ha hecho desde que la mansión ardió. Solo espera que las cosas vayan bien en los campos bajos, en la tierra silvestre, y que la luz haga brillar sus plumas entre la hojarasca. Escarcha ya no vive en aquel lugar pero todavía recuerda y recuerda intensamente, así que cierra los ojos y brotan las rosas y sin elevar la voz pronuncia:

- Feliz cumpleaños, Lechuza.

Y que sean muchos más.

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