jueves, 10 de noviembre de 2011

Gardenia et Marie.

El carpintero tomó entonces todas las piezas que había pulido a conciencia y las unió al tronco. Dos lasgas y curvilíneas piernas de madera clara suave y brillante, dos brazos a juego terminados en dos perfectas manos talladas al detalle, y un cráneo vacío y liso, preparado para ser la personalidad de la muñeca. Tomó entonces una lustrosa peluca plateada y la adhirió cuidadosamente al cráneo, la cepilló lenta y cuidadosamente, orgulloso de su trabajo. De un frasco sacó un fino pincel y lo metió en la pintura, dorada como el ámbar líquido. Así, dibujó un vívido iris y, sobre él, una gran pupila algo más oscura. Incluyó también dos párpados móviles con unas largas y espesas pestañas negras. Delicadamente, coloreó sus labios con rosa pálido.

Y como no podía hacer nada más, llamó a viva voz a su hija Marie. La pequeña, de tan sólo siete años, se acercó al banco de trabajo de su padre y observó la muñeca. Éste se la entregó.

Marie sentó a la muñeca desnuda sobre su pequeño tocador de madera blanca. Habilidosamente, la pequeña comenzó a medir por aquí y por allá, y a dibujar a lápiz sobre un gran trozo de tela. Cortó, cosió, midió y, por fin, un sencillo vestido decimonónico color morado con que vestir a la muñeca. Lo único que faltaba, en opinión de Marie, era un nombre. Caviló unos segundos y se dijo en voz alta: Gardenia. Quedó espléndida, el trabajo del padre y la hija junto al cariño que ambos se tenían dio lugar a una hermosa muñeca con la que Marie jugaba a todas horas. Tomaban el té en el cuarto, se peinaban en el jardín de las rosas y escuchaban atentamente a mamá cada vez que tocaba el violoncello. Pero una mala tarde, Marie y Gardenia cayeron escaleras abajo. Ambas pasaron mucho tiempo postradas en cama, hasta que un día funesto el médico se llevó a Marie y mamá tiró a Gardenia por la ventana. 

Pasaban los años, la casa fue abandonada, y comprada de nuevo décadas más tarde. Una nueva familia. Gardenia estaba semienterrada entre los matorrales del jardín de las rosas cuando la nueva mamá la encontró. "Qué extraño", se dijo. Pues para aquel entonces, el ojo izquierdo de Gardenia se había borrado y una vivaz rosa malva habitaba en su lugar. Una rosa exactamente igual a las que decoraban lo que parecía el cuarto de una niña en el piso superior de la casa. 

"Marie, je t'aimerai toujours"

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