jueves, 28 de febrero de 2013

Borrón y cuenta nueva

La señorita Emilia era la hija de un importante ricachón del minúsculo pueblo en el que la familia Hëllerdort llevaba residiendo desde su fundación. Lord Hëllerdort siempre había mantenido a sus hijos bajo una estricta educación, pero el verse reflejado en los ojos verdes de Emilia le hacía triplicar la dureza de sus reglas cuando de esta se trataba.

-Emilia - Decía cada mañana durante el desayuno-, que las criadas te ajusten bien el corset. No queremos que piensen que eres una señoritinga de tres al cuarto.

-Emilia - Le gustaba señalar cuando esta se acomodaba para leer un buen libro-, los cuentos son para niñas, y tú ya no lo eres. Deberías ir pensando en matrimonio.

-Emilia - Cada tarde, durante sus lecciones de canto-, se trata de crear armonía, no de espantar a un gato con chillidos estridentes. 

-Emilia -Aquella última noche en que sus ojos se cruzaron, sentados frente a la chimenea-, ¿no te estás haciendo demasiado de rogar al hijo de Lord Barkis?

Y, teniendo como único testimonio el de la luna llena, Emilia trenzó las sábanas de su lecho, las descolgó por la ventana y echó a correr por el extenso jardín. Entonces, ya en la caballeriza, se deshizo del broche con el emblema familiar que siempre llevaba, lo escondió entre el heno y escogió al más rápido de todos los corceles: Atlas. Grande, majestuoso, de pelaje oscuro y crin sombría, Atlas podía soportar todo el peso del mundo que Emilia cargaba sobre sus hombros. Ágilmente, se remangó los ropajes y se sentó a horcajadas -¡Ay, si su padre la viese! ¡Qué descaro, una de sus hijas montando como un hombre!- sobre el lomo del animal para así abandonar la hacienda. Echó una mirada por encima del hombro, las luces de las estancias seguían encendidas, pero no parecía que nadie la hubiese visto. Atrás quedaba una vida sometida a un hombre que sólo veía sus defectos, una vida de humillación por parte de hermanos y hermanas que absorbieron el carácter snob y elitista del pater familias, una vida de esclavitud velada por algodón egipcio y diamantes tallados por los mejores artesanos de Ámsterdam. 

Atravesó el pueblo sin ser vista, hundida hasta la nariz en su tupido manto negro como la noche que la amparaba. Atlas parecía no cansarse, tal vez le hubiese contagiado sus ganas de escapar, sus ansias de libertad. El corazón batía con fuerza contra su pecho cuando cruzaron la frontera. El sol se dejaba entrever, pálido y mortecino, tras los paisajes boscosos de los Países Bajos. Deteniéndose apenas unas horas en posadas y albergues alejados de los caminos más transitados, consiguió llegar a la capital en tiempo récord. Allí compró un billete de barco y se encaminó a la costa, con paso más calmado. 

El mar. Nunca había visto el mar, y aunque la extensión era poca, le impresionó verlo tan azul, tan salvaje. Sonrió como no había sonreído nunca, y subió, con ayuda de dos muchachos, a Atlas al navío. Le dejó junto a los demás caballos y carruajes, y regresó a cubierta para respirar de nuevo el aroma del océano Atlántico. Por fin abandonaba el continente, y todo podía ser olvidado. Aquel viaje significaba poder comenzar de nuevo, sin que nadie supiese el oscuro pasado que ocultaba. Sintió una mano en su espalda y se sobresaltó:

-Disculpe -El revisor, sólo el revisor-, ¿desea que le muestre su camarote?

-Será un placer -Sonrió, todavía alterada.

-Acompáñeme, señorita... esto... Su mirada hizo la pregunta antes que sus labios. Emilia amplió su sonrisa y, con voz dulce, respondió:

-Emily. Mi nombre es Emily.



2 comentarios:

  1. Jamás y por mucho que lo intente tendré palabras que se acerquen al menos a describir un ápice de tus letras. No sé si esta historia es cierta o no, pero, aun así, me ha impactado bastante. Sobre todo y comprensiblemente, el final, donde relatas la formación de "Emily", tu pseudónimo (no sé si he acertado al decir eso, ya que desconozco si aquí quieres contar el por qué de tu nombre, pero, aun así, me sigue encantando)

    Dicho lo cual, no queda más que felicitarte por tan bello trabajo.

    ~HTR.

    PD.: Con permiso, me gustaría agredecerte en este comentario las visitas de mi blog y los comentarios tan extraordinarios que me pones. Gracias. :3

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    1. Mi querido escritor, soy yo quien carece de palabras de agradecimiento suficientemente buenas para tus aladas opiniones. Esta historia no es más que un relato que se vino a mi mente, pero sí es un personaje que tengo en mente desde hace mucho tiempo, y lleva mi pseudónimo efectivamente por esta ligazón que siento hacia ella. No es asunto privado el porqué me puse Emily como pseudónimo, te lo explicaré si así lo deseas. Gracias por todo, y no tienes nada que agradecer en cuanto a las visitas que hago a tu blog, las mereces sin duda.
      Un beso :)

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