domingo, 7 de julio de 2013

Inspiración

Como cada tarde después de salir de la oficina, recorría, con cansancio, las calles de la ciudad. El sol desaparecía entre los gigantes de hormigón, y su inexpresivo rostro miraba a ninguna parte. Su cuerpo conocía el camino de memoria, por lo que ni siquiera necesitaba pensar en ello. Apenas quedaba gente en la calle durante esos días de abrasador ambiente, los ciudadanos esperaban sentados frente a un ventilador a que la noche calmase un poco las temperaturas. Los más afortunados y osados abandonaban el lugar en busca de playas o piscinas, pero no era su caso. Matt Hallows trabajaba los 365 días del año en un pequeño cuartucho al que le gustaba llamar estudio, dentro de la oficina de una pequeña editorial. Él no escribía, no llevaba cuentas ni hacía papeleo; sólo se había convertido en el único dibujante de manga de su ciudad, al que la Editorial Lunara había decidido apoyar. Por tanto, se pasaba los días haciendo lo que más le gustaba. Suena bien, ¿no?

Cruzó el semáforo en rojo, aprovechando que ningún coche venía, y se adentró en una de las desiertas calles peatonales. Pasaba doce horas del día en un habitáculo con una sola ventana por la que el astro rey castigaba su nuca hora tras hora, sudando como un cerdo mientras entintaba cada trazo del siguiente capítulo de su serie. Y se frustraba, porque aquel lugar le deprimía terriblemente, porque su inspiración saltaba por la ventana en cuanto se sentaba en su viejo taburete, porque nada allí le recordaba el espíritu de la protagonista de su manga. Suspiró profundamente. Tenía que encontrar inspiración como fuese.

Y allí, como si los dioses hubiesen escuchado sus ruegos, la encontró. Una mujer anciana, muy mayor, con los cabellos albinos y la piel tostada, bordaba un bonito pájaro en un pequeño babero. A su lado, una chica bastante joven, Matt apostaría que de su edad, con el cabello rojo fuego y media cabeza rapada, una infinidad de piercings y tatuajes, y ropa estilo punk sostenía una guitarra acústica que acariciaba de forma salvaje y apasionada. Se concentró. A Matt le gustaba aquel cantante, porque realmente expresaba lo que sentía con su voz. Y aquella joven también. Deslizaba gorgoritos fuera de sus rosados labios a la par que pulsaba las cuerdas con maestría, y el dibujante quedó paralizado al ver la escena. La guitarra escondía un vientre algo abultado; la muchacha estaba embarazada, y seguramente el babero que la anciana bordaba con tanto amor era para la nueva criatura. Una luz se encendió en la mente de Matt, y por primera vez en mucho tiempo, la ciudad le pareció increíblemente hermosa.

2 comentarios:

  1. lo del calor no sé yo en que ciudad te inspirarías...jejeje. La belleza de las pequeñas cosas

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    1. Lo sabes bien ;) Las pequeñas cosas son la esencia de la vida.

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