viernes, 3 de enero de 2014

Ojos de abismo

Pu-pum. Pu-pum.

Desde el momento en que puso un pie dentro de aquella casa pudo oírlo. A veces más cerca, a veces más lejos, pero siempre susurrando en su oído, como si fuese el hilo musical del extraño paradero de su cuaderno de dibujo. Le extrañó. Sabía lo que era todo aquello, no se encontraría allí de no saberlo. No era una de aquellas personas estúpidas de las películas que van cuando les dicen que no lo hagan. A él le habían dicho que tenía que hacerlo si quería recuperar sus dibujos, y no iba a dejar que sus compañeros le ganasen la batalla. Aunque fuera lo último que hiciese.

Pu-pum. Pu-pum.


Subió unas destartaladas escaleras que crujían bajo sus pies, que escupían nubes de humo, y que parecían menos sólidas que cualquier rama caída del parque donde solía pararse a dibujar. ¡Qué divertido! ¿Verdad? El último día de clase, tras la ceremonia de graduación los compañeros de salón de Mizuki, después de años y años de insultos y burlas, decidieron buscar una forma de hacer las paces y quedar tan amigos. "Amigos".

-Hemos escondido tu cuaderno en la casa de los Hirogami -Había dicho Satoshi, el líder de la pandilla del salón 3-2.-. Si lo encuentras y sales sin que el monstruo sin cara te asesine brutalmente, te perdonaremos por haber sido un lastre para la clase todos estos años.

Todavía recordaba su sonrisita de suficiencia antes de entrar en la primera estancia del segundo piso. 

Pu-pum. Pu-pum.

La madera bajo el tatami también crujía, y sería muy necio negar que cada vez tenía más ganas de abandonar aquella casa que todo el mundo aseguraba estaba maldita. Hablaban de muchas cosas, de un monstruo semihumano con brazos y piernas largos, delgados, como patas de araña. Hablaban de colmillos, de lenguas bífidas, de chillidos, de risas infernales y gritos guturales. Pero, sobre todo, hablaban de ojos. Ojos que te vigilan, que te siguen, que te observan, que te analizan. Ojos vivos como el fuego del infierno, pero profundos y oscuros como la muerte. ¿Por qué nadie había hablado de latidos?

Pu-pum. Pu-pum.

Corría el año 1958, y un incendio causado por factores desconocidos calcinó la casa de los Hirogami hasta los cimientos. Aun así, el tétrico esqueleto chamuscado jamás se derrumbó, y la casa parecía una discreta y familiar boca del lobo. A Mizuki nunca le había dado miedo todo lo que decían sobre aquella casa o sobre el supuesto monstruo que vivía allí dentro. ¡Por el amor del cielo! Una familia entera había ardido allí dentro, y sus cuerpos se habían esfumado, por lo que jamás descansarían en paz. La gente chismorrea mucho, y es muy morbosa. Por eso, a Mizuki no le gusta la gente.

Pu-pum. Pu-pum.

Un matrimonio bastante joven, de unos treinta y pocos según lo que sus padres le habían contado, y una niña de apenas diez años. Sólo cinco menos que él. Ni siquiera había terminado de cursar primaria. Ni siquiera había vivido.

Cansado de buscar en las vacías estancias que seguramente habrían correspondido a los dormitorios, volvió a la primera planta, suspirando profundamente, y se sorprendió al ver que se había acostumbrado al latido de fondo. Incluso... sus propios latidos seguían el ritmo de aquellos. Sonrió nervioso, y dio la vuelta a la escalera, bajo la cual había una pequeña puerta. ¿El sótano? Oh, qué típico. El descenso al lugar más oscuro, la casa del monstruo, el nido del demonio... Simbología direccional, y demás desvaríos de la humanidad.

No obstante, su lógica no impidió que le temblase la mano al coger el pomo de la puerta. ¿Qué habría allí?  

Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum.

¿Un monstruo de verdad? Los latidos aumentaban el ritmo. ¿Un fantasma, quizá? ¿O, tal vez, el cuerpo de la pequeña, calcinado, con una mueca de terror tan atroz que no volvería a dormir en meses? Tragó saliva, apretó muy fuerte los ojos, y abrió al tiempo que retenía el aire en los pulmones. 

Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum.

El olor a polvo y a podredumbre le inundó las fosas nasales. Una nube del mismo le obligó a retroceder y le hizo toser varias veces, aquel aire viejo y encerrado le abrasó la garganta y los pulmones, pero no consiguió que cerrase sus llorosos, enrojecidos y, sí, curiosos ojos. Entonces, lo vio.

Donde esperaba encontrar un sótano, sólo había un escobero. Donde esperaba ver un monstruo, sólo había un par de cajas con libros y ropa. Donde se supone que iba a haber sangre y vísceras calcinadas, había comida caducada y polvorienta en su lugar dentro de la minúscula despensa. Bien por los nervios, bien por lo cómico de la comparación entre lo que había imaginado y la realidad, se echó a reír y se dejó caer hasta sentarse en el suelo. Alargó el brazo y cogió la primera caja, la de los libros, haciéndose con el primero para curiosear. Sin embargo, antes de poder ver siquiera qué tipo de libro era, descubrió bajo él su cuaderno de dibujo. ¿Cómo se les había ocurrido esconderlo allí? Suspiró profundamente y, abrazando su cuaderno, abrió el libro que coronaba la caja.

Un álbum de fotos. Una pareja sonreía feliz en más de seis páginas de fotografías. En el campo, en el mar, en el parque de atracciones... La evolución de unos novios que se casaron en la página seis del álbum de fotos. Sonrió, recordando las veces que habría cotilleado los álbumes de sus padres para ver las fotos de la boda. Pasó unas cuantas y, de repente, como atraído por un imán, se detuvo en la única foto que ocupaba toda la página. Ella. Tan blanca, con el cabello negro y lacio más largo de lo que se lo había visto a ninguna chica. Vestía aquel vestido azul de las guarderías, y sus ojos... sus ojos eran los más oscuros que hubiese visto jamás. Parpadeó varias veces, tuvo que hacerlo, pero aún en la oscuridad del ojo cerrado sentía cómo aquella fotografía seguía mirándolo, seguía cada uno de sus movimientos... Al pie de la foto, un nombre: Bara*. ¿Bara, como la flor? Hermoso nombre, pero quizá demasiado colorido para aquella pequeña triste y... ¿desolada? ¿abandonada? ¿preocupada? No podía definirlo demasiado bien.

Inconscientemente, acarició la imagen. Estaba llena de polvo, así que dejó de tener una sombra sepia a recuperar su color. El azul se volvió más vivo, y sus mejillas mostraron cierto sonrojo, y por algún motivo se sintió tranquilo. Sacudió toda la imagen, quería percibirla, necesitaba saber qué ocurría con aquella preciosa niña triste. De repente, sin saber por qué...

Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum. Pu-pum.

Los latidos, casi los había olvidado. ¿Por qué? ¿Por qué se aceleraban ahora? ¿Qué tenía de especial ese momento? Llevó la vista a sus dedos, ahora fríos y temblorosos, y su mirada vaciló sobre lo que allí contemplaba. El cuerpecito de Bara, el lado izquierdo de su pecho brillaba con intensidad, un resplandor rojizo, suave, atrayente... Su corazón seguía vivo en aquellos recuerdos.

Con cuidado, dejó el álbum en la caja y retrocedió. No quería ofender a ningún espíritu, mucho menos al de aquella niña extraña y triste a quien le gustaría abrazar, que le recordaba a su hermana, que parecía la niña más solitaria del mundo. Seguía vigilando la caja donde estaba el libro, sintiendo los ojos clavados en todo su ser, sintiendo cómo el aire escapaba de forma irregular por su boca y por su nariz, y cómo sus ojos se empañaban lentamente. 

Llevó la mano a su cuaderno de dibujo y lo abrió por la primera página en blanco que encontró. ¿Qué demonios haces, Mizuki? Pensó, azorado, dibujando por impulsos, sin apartar la vista de la caja. ¡Debería salir de aquí corriendo! Líneas oscuras mancillaban el blanco papel y se grababan a fuego mientras el carboncillo ensuciaba sus manos de artista a más no poder. El sudor frío perlaba su frente, y su cuerpo se helaba cada vez más. ¡Sal de aquí y no vuelvas! Decía su sentido común. Pero nada más lejos de lo que en realidad pasó.

Arrancó la hoja con prisa, se puso en pie como pudo y dejó el dibujo sobre la caja, tapando el álbum. Y entonces, sólo entonces, aquellos latidos se detuvieron, y pudo reunir el valor para echar a correr. 



Abrazó su almohada hasta que los nudillos se le pusieron blancos, cerró los ojos con fuerza y, así, se quedó dormido. Pero no por mucho, pues la luz se encendió en lo que pareció un suspiro.

-¡Mizuki! -Lo que en principio fue la voz firme de una madre que te llama por enésima vez, se convirtió en la melodía dulce de una madre preocupada que se sentó en el borde de la cama y acarició la empapada cabellera de su hijo- Cariño, ¿te encuentras bien?

-Sí... -Respondió, con la voz entrecortada.

-La cena está lista. He hecho ternera, tu favorita -Intentó maquillar su preocupación con una sonrisa, tan amplia y pura como la que solía vestir su primogénito.

-Perdóname, mamá. No tengo mucha hambre. 

-Está bien, como quieras -Se puso en pie.-. Si más tarde te apetece, te dejaré tu parte en el frigorífico. Y si necesitas algo, sólo llámame.

La hermosa mujer se encaminó hacia la puerta, pero se detuvo junto al escritorio cuando algo llamó su atención. Mizuki levantó la cabeza, extrañado. Su madre solía esperar a que los dibujos estuviesen acabados para curiosear, y en el escritorio sólo había bocetos. 

-¿Ocurre algo, mamá?

Ella se giró y le mostró algo que no creería y que nunca volvería a mencionar. Su madre sostenía el dibujo que horas antes había dejado en la calcinada casa de los Hirogami: un retrato de la pequeña Bara, idéntico a la imagen que tan grabada tenía en la sien, sustituyendo el gesto sombrío por la sonrisa más hermosa que nadie pudiese expresar jamás. Y, pintado con su mismo carboncillo a ambos lados del dibujo, una clarísima inscripción:

"GRACIAS, MIZUKI. BH."


Should it be continued?

Emily Broken Rose



*Bara significa rosa refiriéndose a la flor.

2 comentarios:

  1. Hacía un montón de tiempo que no pasaba por tu blog y la verdad es que me ha evocado a los tiempos en los que yo no hacía más que empezar en este mundillo. Ver tus letras de nuevo, al margen de lo que pueda significar este relato, hace que sonría muchísimo.

    Y por supuesto que me ha gustado esto. Me ha dejado la piel de gallina, eso sí; tú eres experta en hacerlo. Y en respuesta al Should it be continued?, yo te contesto que sí, que quiero saber un poco más de estos personajes que acabas de crear, Em :)

    ¡Un beso! (e intentaré frecuentar más tu blog)
    HTR.

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    1. No sé cómo lo consigues, HTR, pero siempre me haces sentir única al leer tus comentarios. No sé qué ves de especial en lo que escribo, pero en todo caso me alegro de que lo veas y espero que sigas haciéndolo mucho tiempo. Gracias, de verdad. Te has convertido en una parte importantísima de todo esto.

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