jueves, 21 de agosto de 2014

La revolución de las rosas negras

Espinas negras y ensortijadas mancillan un cielo azul, liso y uniforme, capaz de abarcarlo todo sin ser nada en realidad. Lazos endemoniados brotan de las espinas, serpentean, vuelan por el infinito manto cerúleo sin preocuparse por hacer añicos su paz. Se extienden, se deslizan silenciosos desde el putrefacto suelo hasta el cenit, y allí se arremolinan para florecer. 

Las líneas se desprenden de la cúpula, se hacen palpables, tangibles, y toman la apariencia de gruesos tallos espinados nacidos de las mismísimas entrañas del tártaro. Entonces, los capullos se abren, y las rosas nacen por doquier, más grandes, más pequeñas, más rotas o más negras. 

El plano cielo de la cúpula se ha roto en mil pedazos, y los cien brazos del infierno se hacen con el espacio absoluto. Cada una de las flores se abre, deja salir pequeñas esporas de luz, y, magnánima, se aposenta en un lugar de su elección.

El aburrido mundo cian fue invadido por la revolución de las rosas negras. Y ahora, dentro de muy poco, la cúpula se romperá, y sólo nos quedará esperar.

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