viernes, 26 de diciembre de 2014

Hielo

La nieve había dejado de caer poco antes del amanecer, y la mañana no era más que un gélido día blanco en el aburrido pueblo de Hiber. Como siempre, no se oía ni un ruido: estaba demasiado lejos del pueblo como para escuchar a los herreros, a los mercaderes o a los vecinos; era demasiado temprano, así que los niños todavía se preparaban para ir a la escuela. Esos malditos niños que podían ir a la escuela.

La voz del cocinero le sobresaltó, y volvió a centrar sus grandes ojos oscuros en el interior que la empañada ventana le descubría: una amplia cocina de piedra, con enormes hornos y muebles de madera. Incluso estando fuera podía sentir el calor que se desprendía de aquellas llamas intensas. Sacudió la cabeza, era ahora o nunca.

Se bajó del gran barril al que se había subido para espiar por la ventana, y con el salto la nieve en polvo formó una nube alrededor de sus botas, cuya suela era tan sumamente fina que no tardó demasiado en dejar de sentir los dedos de los pies. Se deslizó hasta la puerta trasera del caserío, tragó saliva, y entró en completo silencio, rezando porque el cocinero tardase en regresar. Llevaba una semana observando aquel lugar, controlando las costumbres y los horarios para saber cuándo debía ejecutar su plan. Y, por fin, había llegado el momento. 


Caminó sobre las puntas heladas de sus pies, y el sofocante ambiente cayó sobre su cuerpo infantil, amparando sus huesos del frío al que no terminaba de acostumbrarse. Decidió guiarse por su olfato. ¿Qué era eso que olía tan bien? Aunque inconscientemente se había parado frente a los fogones, su respingona nariz lo obligó a girarse hacia un  caldero humeante. Ni corto ni perezoso, se subió a una banqueta junto al puchero, introdujo un dedo en la humeante salsa y reprimió un quejido ante la quemazón que devoró su piel. Sopló dos veces antes de saborear el delicioso potaje, ¿qué era aquel regusto? ¿Setas? ¿Cordero, tal vez? No, no, era mucho más dulce, más sabroso…

— ¡Calabaza! ¡Es calabaza! — Se sonrió a sí mismo, perdiendo la mirada en aquel océano de patatas, zanahoria, calabaza y quién sabe cuántos exquisitos frutos de la tierra, pero en seguida tuvo un mal presentimiento. 

— ¡Maldita rata! ¡Saca tus sucias garras de mi comida!

El cocinero había regresado, aquel hombre enfurecido de dimensiones imposibles, con los ojos inyectados en sangre y una espesísima barba dorada odiaba a todo ser ajeno a su cocina. Vivía única y exclusivamente para cocinar y servir al elegante señor que gobernaba la casa. Heiner saltó y lanzó la banqueta hacia el cocinero de una fortísima patada, y al mismo tiempo echó a correr hacia la puerta. 

— ¡No escaparás tan rápido, sabandija! ¡Nadie mete sus zarpas en mi comida y se marcha de rositas!

— ¡Alguien tenía que ser el primero! — Sonriendo, el pequeño abrió la puerta y abandonó la mansión. El frío le azotó el rostro y ahogó sus carcajadas, pero la risa se terminó cuando tropezó con quien menos necesitaba tropezar — ¡Ah!

Unos ojos verdosos lo examinaron, entrecerrados, oscurecidos por un mar de tupidas pestañas y por la preocupación que surcaba su semblante; mas contra todo pronóstico una mano grande y ruda lo sostuvo por el brazo cuando estuvo a punto de caer.

— Vete a casa, chico. Hace frío esta mañana.

— Aquí siempre hace frío, señor — Con una reverencia, se despidió del elegante señor de la casa y regresó a su hogar a paso ligero. Recordaba ese rostro amable, esas ropas lujosas y engalanadas con oro, con piedras preciosas, pero sobretodo recordaba esa voz grave y tranquilizadora. Ese hombre era nada más y nada menos que el rey de las tierras del sur. Ese hombre que gobernaba también sobre el pequeño pueblo de Hiber, pero que sólo buscaba una cosa en él, algo que a Heiner le salvaría la vida: el consejo de su madre, la bruja.


* * *

De camino a casa, atravesó Hiber y observó que nadie trabajaba en los negocios, y que casi no había gente en las calles. Comprobó la hora por la sombra de los árboles, y supo que nada de aquello era lógico. Contrariado, entró en su casa, una minúscula cabaña destartalada. Las burbujas inundaban la estancia cuando cerró la puerta tras de sí; una de ellas explotó contra su nariz respingona, y tuvo que parpadear un par de veces para disolver las gotas que se habían aferrado a sus largas pestañas oscuras. 

— Ah, Heiner — La modesta casita de madera contaba con apenas dos habitaciones, y daba un poco igual qué uso se le daba a cada una, pues la madre de Heiner no era como esas madres ordenadas que saben en qué día viven o cómo vestirse para no alterar al vecindario. Así que allí, en medio y medio de la sala, junto a una minúscula fogata y un camastro que madre e hijo compartían, Ilse canturreaba sumergida en una tina de latón. El jabón cubría su cuerpo curvilíneo y su humedecida piel perlada resultaba idéntica a la de su retoño, el cual se acercó a ella y acarició sus larguísimos cabellos negros —. ¿Dónde has estado? 

— Quería comer, hace tres días que se terminó la reserva de arándanos. Y odio los arándanos.

— Oh, mi pequeño y protestón niño — Alargó el brazo y clavó sus orbes cristalinos en los del infante —, no podemos molestar a los vecinos, son buena gente. Tenemos que apañarnos con…

— Con lo que nos dé la diosa Dunia, lo sé. Pero, madre, mi tripa hace más ruido que los niños en la escuela. ¿Y por qué yo no voy a la escuela? ¿Y qué es eso de no molestar a los vecinos? Ellos murmuran, nos miran raro, nos desprecian… No me gustan.

Ilse suspiró profundamente y se sumergió en el agua unos instantes antes de retomar la conversación. Heiner se sentó junto a ella y observó su físico, como siempre, admirando el cómo la diosa Dunia la mantenía joven, hermosa y saludable. Su madre era una poderosa bruja al servicio de aquella deidad, y recibía muchos regalos del cielo que los humanos envidiaban. Heiner entendía todo aquello, quería a su madre todo lo que se  podía querer a la mujer que lo había concebido por orden de una diosa, pero no comprendía por qué tenían que vivir así. El poder de Ilse podía darles felicidad, comida, riquezas, o simplemente la tranquilidad de vivir lejos de miradas de desprecio y de la incertidumbre de saber cuándo se realizaría la siguiente caza de brujas. Pero no.

— Heiner, mi pequeño pajarillo de hielo. La diosa nos trajo a Hiber, y en Hiber viviremos hasta que diga lo contrario. No molestes y no serás molestado. Y si no vas a la escuela es porque eres un hijo de Dunia, no un simple mocoso de pueblo.

El muchacho de cabellos oníricos hizo un mohín y suspirando se dirigió a la salida. Odiaba aquel pueblo, odiaba la forma de vida de su madre, odiaba no ir a la escuela y odiaba no haber podido robar aquella deliciosa sopa de calabaza. 

— Me voy a la escuela, si me cuelo entre esos niños podré conseguir algo para desayunar.

— No hay escuela hoy, es el día de Erico el Sanador.

— ¿Que es qué? — Perplejo, abrió los ojos de par en par. ¿Cómo podía ser que esos niños dejasen de ir a la escuela porque lo dijese un curandero? Vaya pandilla de estúpidos, desaprovechar así las fuentes de sabiduría… Claro que, ¿qué iba a enseñar un profesorucho de pueblo que no supiese él ya? 

— Voy a tener que plantearme eso de enviarte a la escuela — Heiner chasqueó la lengua —. El día de Erico el Sanador es el día en el que se celebra el nacimiento del dios de dioses, Heiner. Incluso nuestra señora Dunia aplaude el nacimiento del gran Erico. En este día, las familias festejan el estar juntos porque Erico les ha dado la vida, se dan regalos, se cenan banquetes. Es un día de felicidad y fe.

— ¿Y qué más da? Vale, ha nacido un dios, se harán fiestas y todo eso, pero no entiendo por qué interfiere eso en la vida.

Entonces, Ilsa alzó la mano y propinó un bofetón al pequeño, que guardó silencio, boquiabierto.

— Los dioses lo son todo para los brujos, Heiner. Tú eres un hijo de Dunia, pero has de respetar a todos y cada uno de los dioses, y a sus fieles, y sus festividades. No eres más que un pequeño insolente, un arrogante que no sabe nada — Compungido, el niño retrocedió, asintiendo —. Lárgate de mi vista; si quieres comer, vete al bosque. 

Definitivamente, lo odiaba todo. Los árboles desnudos parecían negras garras que la madre Dunia había enviado para asustarlo mientras rebuscaba entre los arbustos para encontrar algo que llevarse a la boca, y de no estar enfurecido se habría hecho pis en los pantalones. La negrura de plantas y rocas contrastaba con el blanco invernal del suelo y el cielo, y el viento parecía un ejército armado con miles de cuchillas recién afiladas. Le lloraban los ojos, tenía las manos ensangrentadas de tanto remover zarzas, pero no le importaba porque no quería regresar y porque se moría de hambre. Sin embargo, sus tripas dejaron de ser el último ruido en aquel bosque helado.

Un gemido de dolor lo alertó, y apartándose de los matojos echó a correr confiando en su oído. ¿Acaso la madre Dunia estaba tan enfadada con él? Realmente, el miedo comenzaba a recorrer sus miembros, pero no dejó de investigar tras cada rincón hasta que lo encontró: un joven, con los revueltos cabellos esparcidos sobre su frente perlada por el sudor, yacía en la nieve y se retorcía entre débiles gimoteos.

— ¡…! — Una mancha carmesí devoraba la nieve bajo su cuerpo, y lentamente detenía sus espasmos para sumirse en un sueño tan profundo que hizo palidecer a Heiner. Tembloroso, se acercó, y se dejó caer de rodillas junto a él. Su rostro era perfecto, hermoso como alguno de los dibujos de los libros con los que tanto disfrutaba, y sus orejas se estilizaban, haciéndolas terminar en punta. Un elfo. Un elfo herido y moribundo — No… — Se llevó las manos a la cabeza. Los elfos eran criaturas de la naturaleza, hijos de la tierra y los bosques, y si aquel estaba tan malherido sólo podía significar una cosa: la ira de Dunia sería implacable. Sirviéndose de su escasa fuerza, lo puso boca arriba, y observó horrorizado un estilete de madera que se hundía en el costado del joven elfo, provocándole la herida que se desangraba sin remedio. Con ambas manos, retiró la herramienta, y murmuró con un pánico que jamás había sentido:

Hör auf! — La magia contenida en aquel pequeño brujo se extendió sobre el cuerpo del elfo con la misma velocidad que vertió lágrimas de temor ante sus propios actos. Injuria, blasfemia, ofensa a los dioses. La furia que él había provocado había caído sobre un hermoso elfo inocente. Se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano, y esperó unos segundos por si despertaba, pero nada ocurría en aquel claro y los remordimientos le envolvían el alma. 

Olisqueó al muchacho, tratando de averiguar si algo invisible estaba atacándolo, y así detectó al causante de su inconsciencia. Tomó de nuevo el estilete y aspiró el olor de la sangre, confirmando sus sospechas: veneno de harpía. Tenía que ayudar a ese chico, tenía que llevárselo a su madre cuanto antes, pero ¿cómo un escuálido crío como Heiner iba a levantar a un elfo joven, mucho más alto y corpulento que él? 

— ¡Keegan! — A lo lejos, escuchó una voz que se le antojó conocida. Rezó entonces a los dioses, disculpándose por su actitud escéptica y pidiendo auxilio para ese elfo inocente que yacía indefenso sobre la blanca nieve. Sólo se le ocurría una cosa que hacer por él.

Cogió un puñado de nieve y la frotó entre sus manos, intentando enfriarlas más de lo que solían estar habitualmente; cuando estuvieron enrojecidas por el frescor, dejó la nieve y posó sus palmas sobre las mejillas de la víctima del venenoso dardo. No contento con aquello, se sentó a horcajadas sobre él, se inclinó sobre su rostro angelical y enfrió su frente febril con la suya propia. Funcionaba, la temperatura del elfo bajaba lenta pero inexorablemente, y Heiner sonrió cuando aquellos ojos se abrieron y lo enfocaron. Brillaban, obviamente afectados por el estado enfermizo del cuerpo, y lo oteaban en silencio como si fuese un ser etéreo, un ángel, una aparición. El elfo alzó la barbilla, cerró los ojos, besó los labios del brujo y regresó a su estado de inconsciencia. 

— ¡Keegan! 

* * *

El fuego crepitaba en la pequeña hoguera, y el hermoso elfo descansaba en el destartalado camastro en el que solía dormir él. El tenue brillo anaranjado enmarcaba sus rasgos y perfilaba cada línea con un juego de luces y sombras, haciéndolo cada vez más irreal, más imposible para un simple y pobre brujo como Heiner. Y, sin embargo, allí estaba, sobre su cama, envuelto en mantas y hojas pegadas con uno de aquellos potingues de Ilse para absorber todo el veneno de su organismo. Su carcaj descansaba junto a la cama, y desde que el rey los había encontrado el moreno lo contemplaba todo como si fuese un espectador externo. Aquel muchacho se llamaba Keegan y era el hijo del rey. 

El rey solía venir a pedir consejo a Ilse, a disfrutar de su compañía, tal y como hacía en aquel mismo momento. El pequeño Heiner podía escuchar el rechinar de las tablas de madera bajo el colchón de la otra habitación y los jadeos desesperados de su madre al cabalgar insaciable sobre el maldito rey de las tierras del sur. Pero no importaba, porque aquella vez había un elemento nuevo: Keegan. El veneno había llegado a matarlo, pero el frío del cuerpecillo de Heiner había revertido el proceso, y es que pocos confían en la magia del hielo.

Al parecer, alguien había secuestrado a aquel príncipe, pero este había logrado escapar, no sin antes ser herido por su agresor. No obstante, no quería engañarse. El único culpable de las heridas de aquel joven era él, por escéptico y por sacrílego, por infiel. Pero jamás volvería a cometer aquel error, ninguna criatura de la naturaleza volvería a sufrir por sus errores. Aquel día de Erico el Sanador, a sus nueve años de edad, Heiner juró que sería fiel a la señora Dunia, y que protegería los frutos naturales en calidad de brujo y hechicero. No sería para él un día de celebración y fiesta, sino de espiritualidad y renovación de sus votos como hijo de Dunia. Mientras los hombres de a pie festejaban el nacimiento de un dios, él se volvería a convencer de su misión por proteger su pequeño mundo, y lo haría recordando al joven príncipe elfo, su dolor, su muerte, su resurrección. Heiner no era una hermosa criatura, pero había nacido para cuidar de ellas. Se sentó en el camastro, junto al príncipe, con los aullidos lujuriosos de la bruja sonando en la otra estancia, y se inclinó sobre él. Usaría sus propios métodos, viviría su vida, y celebraría la fiesta de Erico el Sanador a su modo. Su magia de hielo lo salvaría de la cólera divina. Sus rosados labios infantiles se posaron sobre la perfecta boca del elfo, y convirtió aquel gesto en el cierre de su juramento.

Emily Broken Rose


Esto es un relato para el proyecto #NaviBlogger. Todos los participantes en Reivindicando Blogger: Participantes
Twitter: @ReivinBlogger
Facebook: Reivindicando Blogger

23 comentarios:

  1. Aaaay, ¿y tú quieres que no me avergüence de mi relato habiendo leído el tuyo? D: Es genial, Em. Tienes una magia especial para los paisajes, los reinos, para las descripciones... En fin, si te lo digo siempre. Tu forma de escribir es maravillosa y eres capaz de trasmitir una y mil emociones en cada párrafo. Les ha dado un punto de visto tan curioso que quién se iba a imaginar algo así. Espero seguir leyéndote durante muchísimo tiempo más.

    ¡Un beso!
    Étincelle

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Claro que no debes avergonzarte, eres increíble. Y me alegra que te haya gustado tanto el género escogido como la forma *^* Yo también espero que sigas leyéndome, mi barquito precioso. Y seguiré leyéndote siempre.

      Eliminar
  2. Me ha encantado, el toque fantástico no me lo esperaba, pero no se me ha hecho densa la explicación del mundo, ni de los dioses ni nada. También quiero añadir que me han encantado los dibujos de los protagonistas, y el beso final con el elfo me ha encantado. Me alegra que haya encontrado algún tipo de sentido a esas fiestas, aunque no creo que deba mortificarse por lo que le ha pasado al elfo, pobrecito.
    En fin, un relato fabuloso sin duda alguna.
    ¡Un besín!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay, Gema, me alegro muchísimo de que hayas decidido leer el relato y de que te haya gustado. Es un alivio saber que las descripciones no son demasiado pesadas, y además que te haya gustado la trama es fantástico. Muchas gracias por todo.

      Un frío beso,

      Emily

      Eliminar
  3. Siempre es una autentica delicia leerte Em. Me ha dejado las manos calientes y el resto del cuerpo frío. No podía esperarme menos de ti, tenia que llevar algo de fantasía. Además, yo tenia una pequeña ventaja, había visto los dibujos y suponía que no seria un relato común. No podía esperar nada corriente y ordinario viniendo de ti.
    Me dejas sin palabras Emily, y empieza a ser una costumbre cada vez que leo uno de tus textos.

    Un beso,
    Vanclaise.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No puedes imaginar lo que significa para mí saber que mis textos te transmitan tanto. Estoy muy contenta, muy muy contenta, y no sé cómo agradeceros todo lo que me dais cada vez que leéis y comentáis una entrada. Gracias, Katia, gracias por molestarte en comentar. Espero seguir dejándote sin palabras.

      Un frío beso,

      Emily

      Eliminar
  4. OISH!!! Me ha encantado el primer encuentro del pinseso con Hielo!!! Todo tan bonito, si quitas las heridas letales y el cargo de conciencia... Pero mas bonito imposible!!! Tengo muchas ganas de seguir con #pinsesoConHielo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay, qué ilusión me hace que te haya gustado, tú que entiendes todo lo que viene después... Gracias por molestarte en leerlo y en comentar, es de agradecer que pienses en mí y en Hielito, me siento afortunada *^*

      Un frío beso,

      Emily

      Eliminar
  5. A mis locuras y a mí nos llenan de orgullo y satisfacción poder contar con el hecho de estar cerca de una máquina de crear tan genial como la arriba firmante. Dos personajes tan bien definidos, tan cercanos pero tan opuestos. Y una gran adición la de los dibujos.

    Sigue.

    Un loco abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mis espinas y a mí nos hace muy felices teneros a ti y a tus locuras tan cerca, especialmente porque la capacidad creadora es mutua. Me alegro de que te haya gustado, y de que te hayan parecido bien definidos mis personajes. Lo de los dibujos, en fin, una no es Picasso, pero al igual que con la escritura, si disfruto dibujando, ¿por qué no compartirlo?

      Un frío beso,

      Emily

      Eliminar
  6. Em, hechizas con tus palabras. Es absolutamente genial el relato. La forma en que muestras las cosas sin decirlas es mágica. "Y es que pocos confían en la magia del hielo", pues yo sí, hum.
    Un beso~

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchísimas gracias, querida Garonne. Me halaga saber que puedo hechizarte aunque sea un poco. Y no te preocupes, también yo confío en la magia del hielo.

      Un frío beso,

      Emily

      Eliminar
  7. PERO POR QUÉ LO HAS DEJADO ASÍ? Yo quiero más, este relato es pura magia. Tengo muchas ganas de leer más cosas tuyas en serio.

    Un saludo,

    Epo.

    Pdtt: Los dibujos, un puntazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Un placer tener un primer comentario del maravilloso Epo Zena. Ciertamente, lo he dejado así porque me quedé sin espacio xD Cinco folios, cuando se te desata la imaginación, pueden resultar escasos. Creo que me pensaré firmemente lo de continuarlo, pero en todo caso espero que cuanto puedas hallar entre estas letras te agrade tanto como mi pequeño relato.

      Un frío beso,

      Emily

      Eliminar
  8. Em, tu relato ha sido maravilloso.
    Cuanto más leía, más me transportaba a ese mundo. Cuanto más leía, más me transmitían tus palabras.
    Los dibujos que incluiste fueron un gran detalle aunque, con tus descripciones, fácilmente he imaginado algo así.
    Es un placer leerte, en serio. Es mágico.
    Un beso muy fuerte con mucho cariño,
    Ara.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Mi querida Ara, me conmueven tus generosas palabras. Mil gracias por haber leído y comentado, por haberte sumergido un poquito en mi mundo. Estoy muy feliz de saber que te ha gustado y que mis descripciones te han sido tan útiles como mis dibujos. Puede que sí haya creado magia, pero en todo caso lo más mágico aquí es el amor que desprenden vuestros comentarios.

      Un frío beso,

      Emily

      Eliminar
  9. AAAAAAYYYYYYY!!!! Pero que bonito, que conmovedor!!! ME ENCANTA!! Así te lo digo,me ha gustado el mundo fantástico y la narración a través de un niño*^* Que por cierto es MONÍSIMO, yo los quiero para mi. A los dos al hechicero y al elfo que cuquis por Dios, me enamoran *^* Pues bueno eso cariño, que escribes genial como siempre y que adoro leer cada cosa que escribes, siempre es un placer :)

    ¡Besotes!

    Angie

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ay, Angie, me alegra tanto haberte conmovido... Tus comentarios siempre son fuente de alegrías para mí. Y ver que a todos os gusta, además, la inclusión de dibujos en la narración, me anima mucho. También es un placer para mí leerte, y espero seguir complaciéndote durante mucho tiempo.

      Un frío beso,

      Emily

      Eliminar
  10. Bravo, miña querida Emily! Impecable, coma sempre :D

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Graciñas, Clave, alégrame que che gustase :3

      Un frío bico,

      Emily

      Eliminar
  11. Realmente las descripciones son brillantes, me sitúan mucho en escena; yo creo que el ambiente que has creado es muy bueno a cada momento del relato.
    En general, una lectura ágil y con buen ritmo; y una historia interesante.
    Un beso, sigue escribiendo, y hasta la próxima;
    JJ.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Muchas gracias, JJ, se agradece que siempre comentes con ojo crítico y resaltes tanto lo bueno como lo malo. Es un placer recibir comentarios tuyos, y sobretodo es un placer saber que te ha gustado el relato.

      Un frío beso,

      Emily

      Eliminar
  12. ¡Quiero más! Lo he comenzado a leer y de pronto me he encontrado con que lo había terminado. Emily eres una hechicera con las palabras, haces magia con ellas, magia blanca y bonita *-* Da gusto leerte a ti y a tus maravillosos textos, no se que decirte que ya no te hayan dicho el resto. Sólo una cosa, sigue escribiendo porque si ahora escribes así no imagino cuando lleves más años, si algún día publicas libros aquí tienes una lectora fija ;) Ya me estoy yendo por las ramas jeje Y me decías a mi que yo era original, el tuyo sique es original y creas los mundos de una forma que es puro amor ♥ Da la sensación de que vives en ellos y nos arrastras a los demás que vamos encantados ^^
    Un fuerte abrazo,
    María

    ResponderEliminar