El póster

Es como una cortina de sueños y pompas de jabón.

Me tuvo esperando un mes, y cuando llegó las manos me temblaban a más no poder. ¿Pero qué demonios me pasa? Sólo es un maldito póster. Lo colgué rápidamente en la blanca pared sobre el escritorio, la primera vez que consigo colocar recto un póster a la primera. Sonreí. Había algo especial en él. El fondo de la imagen se mostraba de un color anónimo, entre el naranja suave de los melocotones y el pálido rosáceo de su piel. Su piel. Casi parece tridimensional. Me observa, ladeado, con los rasgados ojos negros perdidos entre los cabellos rubios. Me digo a mí misma cosas indecentes, y me ruborizo al pensar en ello. Es un maldito póster, cálmate. Pareces una adolescente ridícula. Sacudo la cabeza y me echo a reír. Hay que ver qué tarde me llega la época del fangirling. 

Y sus ojos me miraban mañana, tarde y noche, con tanta intensidad que incluso evitaba desnudarme en su campo de visión. Durante la mayor parte del día, no era más que decoración, que un cantante a medio desnudar pegado en mi pared, pero cuando nuestras miradas se encontraban... Hay algo en ese maldito y sensual póster. Pronto, la humedad de nuestro cuarto hizo que la masilla adhesiva cediese, y el pobre ángel de papel voló para aterrizar sobre la madera del escritorio. Al encontrarlo allí, inerte, perdido, contuve la respiración. Y desde entonces, por miedo a que vuelva a caer, a romperse, a perderse en el abismo que es el suelo de parqué, duerme enrollado y protegido en el cajón del tocador, como si fuese un libro mágico que escondo del mundo. 

Quizá todo esto quiere decir que estoy loca. Quizá sólo significa que me desbordan las emociones. Pero lo que sí tengo claro es que detrás de ese póster hay más, mucho más que tinta y papel, pues muchas veces lo ignoramos o no somos conscientes, y la vida, los sentimientos, la poesía más pura, todo reside en el interior de objetos aparentemente muertos.