jueves, 2 de julio de 2015

In pulverem converteris, IV

Soplo, ventisca, la furia del vendaval que es la furia de un dios.
De la tormenta a la calma más dulce, del frío cruel 
del invierno a la brisa del mar.

El sudor empapaba sus cuerpos, los muelles rechinaban, y como en cualquier otro encuentro sexual se escuchaba su voz aguda cada vez más desgarrada y los jadeos de ambos interfiriendo en la atmósfera como aullidos de lobo en la noche oscura. Los brazos del moreno, aquel hombre que tantos años llevaba haciéndola feliz, abrazaban su cuerpo frágil de piel blanca que se movía sobre el de aquel con desesperación. Reclinó la cabeza sobre su hombro, con la espalda pegada a su torso desnudo, y se mordió el labio inferior para reprimir un nuevo gemido. Sintió cómo todo su interior se revolucionaba, como siempre, sintió la contracción de sus músculos y la sensación de asfixia antes de llegar al clímax más absoluto. 

Él gruñó, y sus cuerpos tiritaron como hacía tiempo que no lo hacían, inmersos en un orgasmo profundo, intenso, agridulce, tormentoso. Se arrastraron sobre las sábanas, exhaustos, y se tumbaron el uno junto al otro sin dejar los abrazos, los besos o los dedos enlazados. Sus ojos rasgados se hundieron en los de su esposa, la examinaron una vez más: los años no estaban pasando en vano para ninguno de ambos. Las arrugas de expresión comenzaban a dibujarse, claro que él tenía la suerte de haber nacido asiático y disimulaba mejor su edad. La experiencia teñía sus pupilas, el cansancio oscurecía las bolsas bajo sus ojos y ya no eran los idiotas que empezaron a practicar sexo a los dieciséis años. Pero sus sonrisas, sus códigos de miradas, sus secretos, todo permanecía intacto en la extraña pareja. Ella se relamió; sus ojos le decían que lo había disfrutado, en fin, como siempre y como nunca. Siempre se habían entendido bien en la cama, allí se reconciliaban y resolvían asuntos de estado, pero cada vez parecía mejor que todas las anteriores, cada una resultaba única e irrepetible. Se amaban. Se deseaban. 


- Creí que nunca más volveríamos a estar solos...

- Bendito internado y bendita vuelta al colegio - La cubrió con las sábanas, protegiéndola del frío de la madrugada londinense -. Echaba de menos tus gritos.

Frunció el ceño y le dedicó un puchero a modo de reproche.

- Tampoco grito tanto - El rostro del chico expresó total incredulidad -. Vamos, como si tú no colaborases en eso.

- Sigues siendo una cría - Sonrió de modo irresistible antes de intentar besarla, ante lo cual ella se apartó. Como respuesta recibió un abrazo del que no lograría escapar -. La misma cría de la que me enamoré. 

- Una cría no hace cosas como las que yo hago.

Sus ojos se encontraron en la penumbra del dormitorio, la picardía saltó del uno al otro sin control.

- ¿Y qué cosas son esas? - Arqueó las cejas y mordió su labio inferior.

- Educar a nuestros hijos para que se alejen de gente como sus padres - Se echó a reír, él no tardó en acompañarla. Se abrazaron en el cálido interior de la cama -. ¿Tú crees que los hemos criado bien?

- Mmm... - Cerró los ojos durante unos segundos. En su mente, se dibujaron los rostros dulces de sus tres hijos: la primogénita, tan tímida, tan reservada, pero con el carácter firme y gélido de su padre; los gemelos, tan tiernos, con tantas ganas de aprender, y con las sonrisas tibias de su madre. Todos ellos de pelo oscuro, ojos rasgados, mejillas sonrosadas... Sencillamente perfectos. Esbozó una sonrisa y la estrechó contra su cuerpo - Creo que no podríamos haberlo hecho mejor.

Ella lo besó. Lo besó porque sus besos eran los impulsos eléctricos que la hacían seguir adelante. Él la abrazó y se abalanzó sobre ella, porque la echaba de menos aunque durmiesen en la misma cama. A veces, deseaban convertirse en corrientes de aire, ventiscas que se entremezclan sin el obstáculo del cuerpo físico, sin responder a patrones o normas, sin perder la libertad. 

- ¿De verdad tienes que ir mañana al ministerio? - Susurró en su oído con voz melosa, ocupada en parecer lo suficientemente deseable como para mandar el trabajo a tomar viento.

- Si sólo estuviésemos tú y yo moriríamos pobres y haciendo el amor - Deslizó sus manos por el cuerpo de su esposa, dibujando las líneas de sus poco pronunciadas curvas -. Pero hace ya tiempo que decidimos fingir que somos decentes, tenemos una familia que mantener. Además...

- Ya sé lo que me vas a decir - Le regaló un nuevo beso, fresco y cálido -. Estamos solos hasta las vacaciones de Navidad.

Dos sonrisas de complicidad se dibujaron en la noche oscura. Aquel par de imprudentes, antisociales, amargados, astutos, celosos y terriblemente problemáticos críos seguían soplando espirales de negrura resplandeciente en los cuerpos del matrimonio responsable y adulto en que se convertían para el resto del mundo. Nadie lo sabría nunca, nadie sabría lo que de verdad ocurría entre ellos. Ni su pasado, ni su presente, ni su futuro. Siempre serían ráfagas de viento agitando las sólidas barreras del amor establecido como normal o maduro. Siempre serían huracanes de pasión y tormenta incapaces de detener su vuelo y de volar como los demás.


Uno, dos, mitad, ninguno. El corazón del tornado vive preso del porvenir de los vientos.
En el silencio de sus máscaras de calma siempre soplará tormentosa su tempestad.


Mi querida Vic, esto se acaba. Gracias por permitir que me tomase la licencia para escribir estos cuatro relatos sobre una historia que me incendió, me hizo llover, me ancló a lejanas tierras y me hizo volar.
Primera parte: Fuego
Segunda parte: Agua
Tercera parte: Tierra


¿Continuará? Si te gustaría que In pulverem converteris tuviese una entrada más, sólo tienes que visitar Fragmenta y seguir lo que ahí se dice. Tú decides si esto acaba aquí.

4 comentarios:

  1. Esta pareja me ha acompañado durante unos maravillosos relatos que me han enseñado que el amor nace incluso en las situaciones más adversas y contra viento y marea.
    De momento me despido de ellos con una sonrisa por lo bien que acaba este precioso texto, pero si algún dia volvieran, les recibiría con los brazos abiertos.
    Muchísimas gracias por compartilos, un beso enorme
    Lena

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    1. Te aseguro que volverán, siempre vuelven porque nunca se van de mi cabeza o de mi corazón. Viven bajo mi piel con la misma intensidad que las palabras que me dedicas. Mil gracias, Lena, gracias por leerme y comentarme, por hacerme un hueco en tu vida.

      Un frío beso,

      Emily

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  2. EM, MALDITA SEA, VOY A SANTIAGO Y TE PINCHO CON UN PALO COMO NO SUBAS MÁS COSAS.
    Ay, señor. Es que me encanta. Que se vaya a la mierda Grey, estoy tiene más sensualidad que la trilogía entera. TÚ TIENES MÁS SENSUALIDAD QUE TODAS LAS TRILOGÍAS DEL MUNDO. Vale, ya.
    En fin, que me parece precioso. Precioso e intrigante, adorable, oscuro, brillante, maravilloso... Muy tú. Muy señorita escarchada. Para variar.
    Te quiero mucho, Em. Por favor, no dejes de escribir nunca.
    Un beso resquebrajado,
    C.

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    1. Si quieres más ya sabes lo que hay que hacer. Y en cuanto a lo de la sensualidad, admito que soy muy sensual, pero teclado en mano se me sale el erotismo por las orejas. Yo también te quiero mucho, Lechucilla, intentaré no dejarlo nunca.

      Un frío beso,

      Emily

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