viernes, 31 de julio de 2015

In pulverem converteris, V

Que no se pierda el recuerdo de sus nombres, de sus caídas, de sus palabras ácidas. 
Que nadie olvide que el amor a veces nace sin pétalos pero sí con espinas.

Las aguas se agitaban frente a sus ojos oscuros, la lluvia repiqueteaba contra las olas, contra la arena, y rebotaba contra el paraguas bajo el que se protegía en vano de la humedad. Sus ropas negras estaban empapadas, sus pies descalzos se hundían en la playa, y sus mejillas eran ríos de lágrimas infinitas que ni se secaban ni desaparecían. Parecían diamantes cayendo a polvorosa y evaporándose en el silencio de su dolor. 

No tardó en advertir que sus hermanos habían bajado también a la playa. Probablemente, llevaba demasiado tiempo allí, sola, helándose sin sentir más frío que el que se había instalado en su pecho. Ji Yong y Minho tomaron cada uno una de sus manos, como siempre hacían, y guardaron silencio un rato. Allí estaban los tres hermanos, unidos, fuertes, apoyándose los unos a los otros para no derrumbarse ante las circunstancias.

- Meredith - La voz dulce de Ji Yong la sacó de su ensimismamiento -, es hora de irse.

- ¿No podemos quedarnos un rato más?


- Los demás están esperando - Le dedicó una mirada agotada a Minho y asintió con hastío. No quería volver. No quería alejarse de aquella playa a la que tantas veces los habían llevado sus padres, cada ocasión en que iban a visitar al abuelo se volvía especial sólo si mamá los llevaba hasta la playa, a buscar conchas o a subirse por las escarpadas rocas, o si papá los llevaba al pueblo cuando había ferias y mercadillos. Y ahora las dos personas que los habían criado y les habían dado infancias felices y plenas se habían ido del mismo modo en que vivieron: juntos. Había sido tan repentino que les había costado reaccionar. Y es que ambos habían muerto por la vejez, nada más y nada menos, sin ninguna enfermedad o complicación. Fue como si sus almas abandonasen sus cuerpos y se fundiesen con el éter.

- Es como si el cielo se hubiese vuelto un poco más gris.

Su rostro pálido se reflejó en los ojos azules de Ji Yong, que le sonreía con tristeza.

- Ellos no querrían que te bloqueases así. En fin, la vida sigue, ¿no? - La sonrisa se amplió, Meredith quiso creer que allí podría encontrar luz siempre, puesto que de los tres él era el que más se parecía a mamá, a su paz infinita, a su silencio introspectivo. Sintió en ese instante que Minho apretaba su mano, transmitiéndole calor; el calor de su carácter pasional y emotivo, igual que mamá cuando se enfadaba, igual que papá cuando se hartaba de algo. Minho era un estallido de emociones que se oponía a la calma que era su hermano. Como el agua y el aceite, como la noche y el día, como ellos.

- Supongo que tienes razón.

Meredith tomó una decisión. Hundió los pies en la arena y avanzó sin soltar a sus hermanos, invitándolos a llegar a la orilla con ella, a humedecerse los pies en las gélidas aguas del mar de Irlanda. No quería olvidar. Ni perder. Siempre había sido una egoísta, una egocéntrica, una persona demasiado aferrada a lo poco que tenía, y no soportaba la idea de que el tiempo se lo robase. No. Sus hermanos estarían bien, lo sabía, ambos habían encaminado sus vidas y posiblemente escribirían largas historias con dramas y comedias, conociendo gente nueva e incluyéndola en sus corazones. Eran fuertes y ella lo sabía. No obstante, no deseaba nada de aquello. Ni una familia, ni una vida feliz, ni siquiera un consuelo. Lo único que quería era devolver cuanto había aprendido de sus padres, de su forma de ver la vida, de su forma de amarse. Porque ellos habían sufrido antes de conocerse, y luego todo cambió. Y para ella todo cambiaba ahora que se habían ido.

Abandonaron la playa cogidos de la mano, y se reunieron frente a la mansión. Allí les esperaba su familia, su familia política: el novio de Ji Yong, la esposa de Minho y su primogénita. Dedicó una última mirada a los vastos terrenos de la imponente casa, al mausoleo donde horas antes los habían dejado descansando en paz. Las lágrimas luchaban por salir, golpeando su corazón desde dentro, apretando su faringe como un puño opresor. Las nubes tapaban el cielo y lo hacían parecer quebrado e impuro, el mar estaba embravecido, tal y como a ella le gustaba. La decisión estaba tomada y nada la detendría.

Su pequeña casa la acogió con la soledad en forma de silencio y olor a pulcritud. Aquella casa en la que nació, en la que se crió, en la que todavía olía a bebé, a tarta de cumpleaños, a comilonas de Navidad, a juguete nuevo, a jersey de lana, a las flores del invernadero. Allí se dirigió. Mamá le había contado aquella historia mil veces, claro está, a escondidas de papá. Siempre que Meredith se sentía triste se escondía en el ático que sus padres habían transformado en invernadero, se sentaba en una de las butacas entre las plantas y esperaba. Lo repitió una vez más. Cada noche en que la tormenta asolaba su corazón, repetía aquel ritual, y el olor a té caliente y pastas le advertía de que mamá también lo sentía. Su dolor. Entonces la abrazaba, la arropaba en su propio cuerpo, y le contaba cómo empezó todo, cómo surgió la chispa que incendió sus mundos, cómo manó un río de lágrimas, cómo apareció el primer brote en la tierra que creían yerma, cómo el viento sopló a su favor. Por una vez, durante muchos años, sopló a su favor.

Cerró los ojos, apretando el cuaderno y la pluma entre sus dedos. El rostro de mamá siempre brillaba cuando miraba a papá, e incluso estando en las malas - porque las malas nunca se iban, eso es evidente - él la hacía brillar como una estrella. Él. Vislumbró sus facciones en la mente, y los recuerdos pasaron como caen las hojas del otoño en un fuerte vendaval. A muchos les resultaría triste, pero el único hombre de su vida, salvando a sus hermanos, era su padre. Porque su padre y ella eran iguales. Porque él se guardaba las palabras y se lo hacía entender todo con un solo gesto. Porque después de las noches de tormenta en las que se asustaba y buscaba el calor del regazo de su madre venían las noches de ira furibunda y melancólico enfado, y era en aquellos momentos cuando papá se deslizaba, sigiloso, en su cuarto. Y allí, al amparo de la noche, la abrazaba y acariciaba su melena ondulada, le susurraba palabras reales, palabras verdaderas, porque decía haber estado mucho tiempo sumido en la mentira más absoluta y haber sufrido por ello. Se sentía orgullosa de ser hija de aquel hombre. Se sentía orgullosa porque ambos sabían lo que era nacer con el corazón congelado, aunque ella no tuviese motivos y nadie la hubiese abandonado nunca.

Meredith había rechazado el amor mucho tiempo atrás, cuando una daga afilada atravesó su corazón adolescente, y el dolor se transformó en un monstruo grotesco que acabó con todo. Y si había algo que tuviese que agradecer, algo por lo que no se perdería en el dolor y la pena, sería el hecho de que ellos, sus padres, las personas a las que más admiraba y amaba, habían mantenido el candor de la débil llama que ardía en su pecho, y no le reprochaban el elegir la soledad y el abrazo de las sombras. Porque la entendían. Porque la escuchaban. Porque la amaban. Agarró la pluma con firmeza, las lágrimas salían a borbotones de sus ojos, pero no podía detenerse. El mundo debía conocer la verdad al completo, cada detalle, cada beso y cada mala palabra. Se lo debía. Su letra sería la lengua que lamiese el silencio de la más íntima realidad. Sin más, comenzó:

Aquí yace la historia de amor más extraña, más ilógica, más pura.
Requiescat in pace

Primera parte: Fuego
Segunda parte: Agua
Tercera parte: Tierra
Cuarta parte: Aire

10 comentarios:

  1. En serio, Em, te odio muy fuerte y joder, me duele la patata y dios, es precioso, jodidamente precioso. NO SÉ NI QUÉ DECIR. Me ha arrasado por dentro. Es que... mierda, no puedes escribir estas cosas cuando estoy tan sensible. En serio, te odio. Hale, ya he perdido la coherencia. Te parecerá bonito.

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    1. Simplemente he intentado dar un final que estuviese al nivel de la historia que me consume a mí misma. Si te consume a ti quiere decir que he sido capaz de plasmarlo bien, eso me alegra mucho. Gracias por todo, querida.

      Un frío beso,

      Emily

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  2. SÍ ES UN BUEN MOTIVO PARA ODIARTE. NO TENGO WA Y NO PUEDO DARTE LA BRASA POR AHÍ, ASÍ QUE TE DOY LA BRASA POR AQUÍ. TE ODIO, EM, TE ODIO. NO PUEDES HACERME ESTO. PUPA, ME HACES PUPA. Y PENSABAS DEJARNOS SIN SABER MÁS. ES MÁS, PIENSAS DEJARNOS SIN SABER MÁS. SÍ, TE ESTOY GRITANDO INDIGNADA. IMAGÍNAME EN TU CABEZA AGITANDO LAS ALAS COMO UNA LOCA.

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    1. Es increíble lo que puedes hacerme reír con unas cuantas letras en mayúscula. Gracias, preciosa.

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  3. Ya estás haciéndome llorar otra vez. Te odio Emilia, en serio.
    Cada día te esfuerzas más por que cojamos cariño a unos personajes que nos acompañan hasta la última entrada que decides darles y dios mío, vaya aventura nos has dado esta vez.
    No esperaba otro final para esos dos jóvenes enamorados pero tampoco esperaba este final, aunque viniendo de ti no podía estar segura de nada.
    Me inclino ante tu maravillosa obra.

    Besos con sabor a pera,
    Vanclaise.

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    1. Mi esfuerzo es todo para mejorar y haceros sentir cada palabra y cada verso, y saber que funciona sólo me invita a seguir así. No te inclines, por favor, la cabeza siempre debe ir arriba. Gracias por tus palabras, por tu fidelidad, por todo.

      Un frío beso,

      Emily

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  4. Una sola cosa voy a decirte Emily, una sola.
    Gracias.
    Muchísimas gracias por haber compartido esta historia tan bella, que ha provocado lagrimas, risas y mucho, mucho amor entre dos personas tan distintas y al mismo tiempo tan parecidas.
    Sabía que el final me haría llorar, y lo ha conseguido, pero estoy contenta de que al final, incluso en las peores cirscunstancias, hayan acabado juntos.
    Un beso gigante
    Lena

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    1. Gracias a ti, mi querida Lena, que siempre me animas con tus comentarios. No puedo creer que esta historia te haya llegado tan adentro, pero me alegro de que así sea, porque como ya he dicho alguna vez yo la llevo en el centro mismo del corazón. Espero que esas lágrimas hayan valido la pena, de verdad.

      Un frío beso,

      Emily

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