lunes, 10 de junio de 2019

Nóstos


            Los días de trabajo en Dioscuria eran duros, sí, pero al menos no estaba sola. Tras horas y horas frente a la pantalla, frente a los grandes cristales que la separaban del mar de estrellas o entre los cientos de cables y aparatos que le tocaba mantener a diario, podía volver a casa. En fin, no es como si saliese realmente de ella, pero en un espacio tan reducido el concepto de casa había dejado de asociarse a una arquitectura y ahora tenía forma de mujer.

            Erika tenía una voz cadenciosa, melosa y profunda que chocaba contra las cuatro paredes de su dormitorio minimalista cada vez que alcanzaba el clímax. Nadie puede oírme, le gustaba señalar entre risas, incluso cuando su pecho desnudo todavía subía y bajaba de forma irregular, estamos a años luz de la nave central. A Sienna, en cambio, le gustaba apuntar que podría hacer que la nave central la escuchase con tan solo pulsar un botón.

            ─ No te lo tengas tan creído, comandante ─ Burlona, Erika peinó sus cabellos de fuego con los dedos, dejándolos caer sobre su piel tatuada ─. Con un botón también pueden despedirnos y devolvernos al trabajo de oficina.

            ─ No se atreverían, nadie más tiene ovarios para navegar hasta el confín de la galaxia ─ Con los años, Sienna se había convertido en una mujer segura, feroz y tan eficaz que contratarla era casi un seguro para los altos mandos de Diana. Ni se plantearían ir contra ella, Dioscuria era la nave más veloz y los resultados de su trabajo conjunto el orgullo de la empresa.

            ─ Cómo te gusta ponerte la capa de superheroína ─ Desperezándose, la pelirroja se sentó en la cama, previo paso a levantarse, y sin cubrir su cuerpo desnudo caminó hasta el lavabo. Sienna guardó silencio, observando desde la cama la oscuridad del espacio exterior como si jamás la hubiese contemplado antes. En su memoria, vestigios de una infancia en Dendrya se agolpaban, noches en las que las sombras le provocaban un miedo absoluto y solo dormir con su hermana la ayudaba a calmarse. Su hermana… No solía añorar a su familia estando de servicio, pero en ocasiones resultaba complicado no hacerlo.


            ─ Sienna ─ Escuchó la voz de su compañera en el pasillo. Tampoco allí había demasiadas cosas, la práctica totalidad de sus pertenencias se almacenaba en sectores ocultos de las gruesas paredes de titanio y silicio, por lo que la sombra de la doctora se alargaba de forma ininterrumpida sobre la pulida superficie.

            ─ ¿Sí?

            ─ Tienes que ver esto ─ Un escalofrío recorrió su espina dorsal, no se lo pensó ni un minuto antes de abandonar el lecho, deteniéndose solamente a ponerse unas bragas. El suelo de la nave nunca estaba frío ni caliente, así que andar descalza no suponía ningún problema, especialmente para ella que pasaba muchos meses sin saber lo que era un zapato. Al llegar junto a ella, y a pesar de su carácter taimado, abrió mucho los ojos, sin entender nada. Ahí, en medio de su pequeña sala de estar, una luz vibrante, rosada, lo bañaba todo desde la pantalla de su ordenador portátil.

            ─ ¿Pero qué…? ─ Sin acabar la frase, Sienna se sentó en el sofá, frente a su ordenador, y se llevó las manos a la cabeza al no entender qué ocurría. No reconocía los símbolos, no reconocía esa luz tan extraña que nada tenía que ver con las pantallas que utilizaban en Diana, pero sobre todo no reconocía el extraño sonido que, al guardar silencio, había comenzado a percibir. Erika regresó a la sala con la bata puesta y esas envejecidas zapatillas de conejo blanco, a veces parecía vivir en el siglo XXI, era una nostálgica.

            ─ ¿Tienes idea de lo que es?

            ─ No, pero pienso averiguarlo… No sé cómo, pero… ─ Mirando a todas partes, consiguió localizar su comunicador, pero antes de poder marcar la doctora puso una mano gentil sobre la suya.

            ─ Tienes que ver otra cosa.

            Sus ojos no daban crédito. Al entrar en el laboratorio, todo estaba bañado en la misma luz rosa que hacía arder el gris de su preciosa y moderna nave, solo que allí no había ninguna pantalla encendida. Erika suspiró antes de ponerse los guantes, las gafas y la mascarilla y abrió un compartimento en la superficie de la mesa. La fuente de luz era, ni más ni menos, una de las muestras recogidas en el sector D, unos días atrás.

            ─ Esto no tiene sentido ─ Murmuró, pero su voz sonaba enfadada mientras se ponía los guantes para tocar esa cosa. Parecía una roca, sin vida, pero estaba tallada en forma de lagarto. Su color gris y su composición porosa eran tan corrientes que hacían reír a las muestras de los demás sectores, pero nunca antes allí, en el horizonte de todos los mundos explorados o sin explorar, habían visto nada semejante: la naturaleza manipulada, una escultura, un ídolo. Y por si fuese poco, claro, la triste y extraña muestra resplandecía en lenguas de fuego rosa ─. Parece una peli mala.

            ─ Te dije que no era una roca común. Los asteroides no saben romperse con forma de lagarto, y sin embargo ahí lo tienes, con sus escamas y todo. ¿Deberíamos llamar a la central?

            ─ No, antes tenemos que averiguar cómo un trozo de piedra en llamas puede filtrarse en mi ordenador.

            ─ Si alguien pudo llegar aquí y dejar… o tallar… una piedra, tal vez no sea algo tan primitivo como creímos al envasarla ─ Explicó, recuperando la figura para darle vueltas entre sus manos, curiosa. Para Erika, viajar en Dioscuria suponía un estímulo mental absoluto, especialmente cuando sus investigaciones llegaban a un punto muerto, un punto muerto con forma de lagarto ─. Parece magia…

            ─ Pero la magia no existe ─ A pesar de sonar dura, Sienna solo pretendía recordarle que eso no tenía ningún sentido, pero no podía negar que había algo atrayente en esas llamas. A paso ligero, regresó junto a su ordenador y sin pararse a dudar dio rienda suelta a sus dedos sobre el teclado. Cientos, miles, millones de números y códigos pasaban frente a sus ojos, pero ninguno de ellos conseguía eliminar la luz, los símbolos o el ruido, claro que tampoco aparecía ningún problema identificado como tal. No quería hacerlo, pero solamente se le ocurría una opción. Con los ojos entrecerrados, marcó un número de teléfono que se sabía de memoria y mientras la señal la mantenía en espera las cifras en la pantalla fueron cayendo, desprendiéndose, hasta dejar un vacío de tenue y tenebrosa luz rosa. Con la boca entreabierta, labios separados y lengua repentinamente seca, Sienna observó cómo la carcasa de su computadora, todo plástico y metal, se volvía madera sobre la mesa al tiempo que al otro lado del teléfono una voz empezaba a hablar.

            ─ ¿Va todo bien, comandante?

            ─ Volvemos a casa. Dile a mi hermana que llegaremos a Dendrya a la hora de cenar.



Continuará...

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