miércoles, 17 de abril de 2019

El Día que vendrá


El fuego. El fuego mató a la tierra y del fuego nació el vasto océano, turbio océano, sangrante mar en el que vivimos. El fuego lo condenó todo, sí, pero no olvidó su misión. Endureció las escamas de las sirenas Rtam y las que en tiempos pasados cautivaban marineros y hacían de su hermosura la perdición ahora cantan a las llamas y luchan, y vencen, y respiran bajo el sol.

Cada mañana las seis cebras sagradas surcan los vastos cielos anunciando el nuevo día, un día rojo bajo el sol invicto, un día brillante entre las aguas de Svadu. Apenas quedan criaturas del mundo antiguo, algunas intentan refugiarse en el mar, pedir clemencia a la reina Tritona, pero no entienden de piedad las escamadas huestes. Son días gloriosos, días de sangre enturbiando las olas y de llamaradas purificando la vida, porque nadie creía, nadie confiaba, nadie respetaba al mar y las diosas respondieron. Udana escuchó los lamentos de sus hijas y, exhalando, acabó con una edad que algún día nadie podrá recordar. Nadie, nadie salvo la madera.

Apenas queda sangre que derramar. Hace días que no se escuchan las voces, las amenazas, las apuradas súplicas del que ve la muerte reflejada en el filo de la espada enemiga. Las sirenas lo llamarían el Beso, porque cuando el fuego las toca se sonrojan, sonríen con dientes oscuros y sienten ganas de besar más. Los humanos, de haberlos todavía, lo habrían llamado el Incendio. La madera, sin embargo, llevaba siglos llamándolo el Día que vendrá.

Una de las primeras victorias de Tritona le legó el reino más grande de los terrestres, Vridda, la inexpugnable, la de altísimas cumbres falsas. Una gran ola le trajo la ciudad entera, como si de una diminuta roca se tratase, y arrastrándola al fondo del mar la convirtió en su palacio. Las llamas nunca hirieron a las rocas, ni a los árboles, ni a las palabras, así que todo cuanto Vridda fue se desvaneció y Tritona se adueñó de un esqueleto sin alma, de un armazón a prueba de muertes. En su interior, en la sala más recóndita del más alto torreón, Vridda tenía libros inmortales, todos ellos un tesoro que el agua tampoco deterioraba. Mientras la sangre corría, el fuego danzaba y sus sirenas cantaban anunciando su victoria, la reina Tritona se sentó a aprender lo que los terrestres habían hecho durante cientos, miles de años. Hoy, Tritona conoce el pasado mejor que nadie. Hoy, Tritona siente que algo terrible está por venir.

Entre las tapas de un libro, un manuscrito viejo con hoja trenzada de los bosques del sur, encontró una pequeña tablilla, no más gruesa que sus garras duras, no más larga que su membranosa mano abierta. Las rocas, los árboles, las palabras que ahora no mueren tal vez llevan siglos advirtiendo. Los hombres, las diosas, las sirenas quizá lleven siglos ignorando.

El fuego, oh, el fuego
Consuelo de suplicantes
Azote de traidores.

Como lluvia vendrá el fuego
A bailar entre los hombres.

El fuego, oh, el fuego
Un reinado granate
De roca, de agua, de sangre.

Como lluvia vendrá el fuego,
No habrá tiempo para el hambre.

El fuego, oh, el fuego
Victoria hoy, victoria doliente
Venganza ardiente el Día que vendrá.

Como lluvia vendrá el fuego,
E igual que vendrá se irá.

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