martes, 1 de octubre de 2019

La no elección

Un pensamiento oscuro se coló anoche en la habitación, ese cuarto vacío, esa sala en penumbra, esa sombra de un bosquejo, cuatro rayas, tinta negra, un papel sucio al fondo de un cajón. El pensamiento abrió la puerta y se sentó, pero no usó la piedra ni la madera, ni siquiera un cartel de Sentarse aquí; puso sus pesadísimas carnes sobre la silla más quebradiza, flaco y enfermizo Rocinante, y sonrió al escucharlo jadear.

Y yo no quería, no, no quería que entrarse porque nada entra, y si nada entra es porque no quiero, o porque no puedo, o porque tengo miedo de querer y no poder, de poder y no querer. El haz de luz amarilla, pegajoso, estúpido sol, violentó la noche de mi noche, la jaula y su umbral, y los ojos vidriosos miraron hacia arriba hasta desaparecer las pupilas de tanto girar.

En la parte trasera de la cabeza hay una niebla, espesa, densa, sopa y crema, es un mejunje pegajoso, es la nube más opaca que jamás haya podido imaginar, y si la tocas te deja ver la cerradura, y si la apartas te hace llorar.

Nadie elige la puerta. Nadie elige la sala. Nadie elige la nube, pero el pensamiento, oh, el pensamiento, la idea, la mente maestra lo encuentra todo y te recuerda que tú eres puerta, eres sala, eres nube, que nadie no nunca jamás te elegirá.

Las lágrimas se atoran en la garganta, no hay sonido, sólo el bufido del jamelgo estrujado por el tiempo, por la presión de un cuerpo tan seguro, tan magnánimo, tan real que dudas de lo que es, que dudas de ser, que le haces dudar de que tú existas.

El rasgar de la pluma sobre el papel de la carta que jamás te escribiste, porque quién iba a decir que llegarías hasta aquí, hace eco en el rincón donde muere el corcel, donde ríe la masa, donde está todo lo que te gustaría que no estuviese y todo lo que no podrás entender. Al otro lado de la puerta, un espejo. Quizá todavía queda mucho por aprender.

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