domingo, 3 de noviembre de 2019

Paisaje de invierno

Imagen
Winter landscape (1811) Caspar David Friedrich
Paisaje de invierno (1846)
Anónimo
Óleo sobre lienzo
380 x 195 cm
Ubicación desconocida

A pesar de las incontables fuentes documentales que registran la existencia de esta obra, no hemos podido hallar rastro real en ningún museo, galería o colección privada. La importante donación estatal para sumarse a la carrera tácita en busca de la pintura perdida ha permitido financiar esta investigación, pero no hay buenas noticias como resultado. Las palabras de los hombres muertos nos guiaron lejos, muy lejos del espacio pavorosamente limpio de los museos, en seguida nos adentramos en los bosques, en el corazón de la montaña dormida, y ante la vasta llanura sentimos la frustración. 


Nada. Todo era nieve, árboles y silencio. Igual que debía ocurrir en el cuadro, el cielo se arremolinaba suavemente sobre nuestras cabezas, cientos de espirales de color mezclándose sin prisa, sin miedo, asombrando a los solemnes abetos, a las encinas, y a las huellas de algún animal. Pasamos días, semanas en los alrededores de esta montaña. Sabemos que el Conde Vulpes, señor de la región, tuvo la pintura en su castillo del norte, pero allí sólo quedan ruinas, la sombra de un caserón del siglo XV del que todavía emana el eco de la música. Sabemos que el rey de Cián se la llevó durante las invasiones de 1615, pero un ejército enemigo los devastó antes de poder abandonar el condado. Sabemos, por último, que la marquesa Ónfale, la misma de los mitos, lo exhibía en sus grandes banquetes e invitaba a observar, con una lupa, el grado de detalle en cada pincelada. Para nosotros, sin embargo, el tiempo ha reservado frío, vacío y silencio.

En la noche del decimonoveno día, a la hora exacta que describen los libros, abandonamos el campamento y nos adentramos en la arboleda. Sobre nuestras cabezas, el manto coloreado, pavo real abriendo la cola, lujoso mosaico de humo y antorcha, nadie creería que existe un cielo así. Y, en lo alto de la colina, pico que gobierna la imagen descrita, nos detenemos a observar la luna, luna grande, luna no documentada. De nuevo, la nada. Todo es hermoso y, sin embargo, no llena la noche las lagunas del misterio. Y, entonces, comprendo.

1 comentario:

  1. Hacía tiempo, creo, que no leía un relato tuyo completo, en plan clásico me refiero, con su inicio, nudo y desenlace y más alejado de lo poético. Me ha gustado la ambientación, el seguir la pista, el viaje y en concreto me han gustado esas breves presentaciones de los personajes que tuvieron el cuadro, pero si me permites una nota negativa: me sobra el último párrafo. Me refiero, está exquisitamente escrito, como todo lo que escribes, pero creo que sobreexplicas algo ya más o menos mostrado anteriormente. A lo mejor podrías convertir en esa explicación en algo dentro de la narración. Acabar con el relato con ese "Y, entonces, comprendo" tendría mucha más fuerza.
    PERO POR LO DEMÁS todo genial, como siempre.
    Marcho a seguir con las entradas tuyas que tengo pendientes, es decir, marcho a disfrutar como una enana.

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