Se hirió.
Una daga en el aire,
péndulo de Damocles,
traicionero,
arrogante.
No se atreva a nombrarle.
Y murió.
Herida sangrante y
pecho abierto al cielo
negro,
descubierto.
Por favor, ni le mencione.
Y morí.
No hay palabra más grave
ni voz tan ancha y profunda,
la cuerda
y mi mano.
Disculpe, ¿sabe cómo me llamo?
Me ENCANTA cómo al final de cada estrofa metes esas alusiones directas al lector. Rompen y al mismo tiempo encajan, y están completamente hiladas entre sí y con el resto de versos, dan una cohesión inmensa a este poema.
ResponderEliminarPor otro lado, a nivel temático (mírame, qué técnica sueno, oy) me parece un renacer en la muerte. Una muerte necesaria y al mismo tiempo dolorosa de un otro que no dejas de ser tú: él muere, también tú, pero ya no sabes que eras tú exactamente ni recuerdas tu nombre tras morir. Es como un ave fénix suicida que renace en fuego apagado y negruzco. Me gustan las imágenes que usas para transmitirme todo esto y también lo directo y a la vez misterioso que es el texto.
En fin, una gozada volver a leerte, como siempre.