martes, 26 de julio de 2011

Del recuerdo, 5.

V

    Unos ojos grises que la miraban fijamente. Dos lunas férreas en las que se vio reflejada, un par de lagunas de mercurio líquido en las que deseó hundirse hasta el cuello. Tenía las blancas palmas contra la ventana y sus finos labios se movían, pero Circe no escuchaba lo que decía, así que abrió el ventanal:

-Alexander, ¿qué...?

-¿Podría entrar?-Interrumpió- A penas será un segundo...

La muchacha se hizo a un lado y, con un ademán de la mano, le invitó a pasar. Adoptando la elegancia de un felino al caer, se adentró en el dormitorio y, raudo, se acercó a ella, tomó sus manos delicadamente y se dispuso a hablar con aquel deje de preocupación en la voz:

-He venido en cuanto he sabido lo ocurrido, ¿cómo os encontráis?

-Oh, vaya, era eso -Por alguna razón, esperaba que fuese otra razón la que le hubiese traído allí-. La verdad, ha sido algo trágico, pero nos recuperaremos.



Él se mantuvo en silencio, tensando cada músculo de su cuerpo, apretando los labios en una fina línea.
-¿Qué perfume es ese?-Preguntó con aspereza.

-No es perfume, es esencia de verbena-De nuevo, se sentó sobre la gran cama-. Ahuyenta a los...-Se interrumpió.

-¿A los...?

-...Vampiros.-Se sostuvieron la mirada mutuamente.

-Así que vos también creéis en ellos.- Se relajó un poco.

-Sí, así es-Se echó la melena oscura hacia atrás, removiendo el aire a su alrededor. Alexander se tensó de nuevo-. Decidme, Alexander, ¿acaso os disgusta el aroma?

-No, en absoluto-Lo dijo con voz seca-. Tan sólo me parece un poco fuerte para una dama como vos.

-¿Sabéis?-Circe se levantó y caminó hacia él. haciéndole retroceder torpemente- Es curioso. Varias personas han estado junto a mí llevando este perfume y ninguna lo ha notado hasta haberse acercado más.

-Tengo un buen olfato.

-Oh, no lo dudo-Cerró los ojos-. Apuesto a que reconoceríais cualquier aroma. Por ejemplo, a mí me encanta el del mar. Tal vez podríais llevarme un día, acompañarme en un viaje transoceánico.

-Lo cierto es que no me gusta demasiado el agua...

-Qué lástima, milord- Cerró las manos sobre el camisón, retirando algo de tela con nerviosismo-, me habría encantado.

-Quizá podríamos hacer cualquier otra cosa. ¿Almorzar, tal vez?

-Magnífico. Seguro que tenéis un paladar exquisito.

Alexander sonrió con malicia.

-Desde luego, he probado los más sublimes manjares y me considero, honestamente, un experto.

-Seguro que la sangre aristócrata fluye por vuestras venas, ¿no es cierto?-No contestó- Como si la hubiéseis ingerido.

Un soplo de aire fresco se coló en la estancia.

-¿A qué estáis jugando, milady?

-A detectives. O eso intento, al menos.

La muchacha caminó hacia el tocador y jugueteó con todo lo que reposaba sobre su superficie, incluyendo un hermoso abrecartas de plata que le hizo un pequeño corte en la yema del dedo índice. Afligida, se giró hacia el visitante con el dedo en alto. La espesa gota escarlata resbalaba por su mano lentamente.

Alexander notó una fuerte presión en la mandíbula, un dolor punzante. Sus colmillos se alargaron hasta alcanzar tres veces su tamaño original y terminaron por salir de su boca. Sus pupilas se dilataron, convirtiendo sus ojos en una noche sin estrellas, ávidos y sedientos.

Horrorizada, Circe ahogó un grito entre sus manos y retrocedió. No obstante, trató de salir corriendo, alentada por el efecto que la verbena tendría sobre él. Pero todo le pareció negro cuando se abalanzó sobre ella, inmovilizándola contra el suelo con una fuerza brutal. No podía creer que él fuese el asesino, el animal... El vampiro.

-Sabéis que podría deshacerme de vos en apenas unos segundos. Visteis lo que hice con vuestra tía, conocéis la raíz de mi fuerza, la esencia de mi poder. Ya pesar de todo ello, me habéis retado a jugar con vos sin una pizca de temor. Decidme, Circe Hardcastle, ¿cuándo comenzasteis a sospechar de mí?
Circe tragó saliva.

-No es usual que un caballero visite a una dama de esta forma tan indecente si su única intención es comprobar que se encuentre bien -Atisbó a través de su mirada y creyó ver las profundidades del océano, el punto álgido de la cúpula celeste, la cueva más oscura y la rosa más marchita-. Además, os habéis puesto nervioso al notar mi fragancia, de la que por cierto he ingerido una gran dosis.

-¿Tratáis de asustarme?-Su voz sonó melosa y cruel a un tiempo- Porque no funcionará. Puedo retorceros el cuello con simple fuerza animal.

-Lo sé -Suspiró. El miedo huyó de sus ojos, dando paso a la tristeza más profunda que Alexander hubiese visto-. Hacedlo, entonces.

    El apuesto vampiro le soltó las muñecas y se limitó a observarla. Los trazos suaves y redondeados del rostro, la piel blanquísima, lisa, suave, y las largas ondas oníricas que eran sus cabellos la hacían hermosa, realmente bella, se dijo. Pero aquellos grandes ojos verdes, oscuros y profundos como los bosques de Escocia, estaban llenos de tristeza y amargura, de pena, de dolor, todo ello sumido en aquellas esmeraldas ocultas entre las negras pestañas. Sus ojos inhumanos le permitieron ver más allá, ver su alma, y ese gran vacío que la torturaba. Eran iguales. Y quiso poder llenarlo para verla sonreír, reír de verdad, sólo una vez.

    Claro que también notó el palpitar de las venas azules en su garganta, y deseó desangrarla, arrancar de su cuerpo todo rastro de vida. Sólo se le ocurría una forma de tener tanto su sangre como todo lo demás: la haría suya, su compañera en la eternidad, su emperatriz de las sombras.

    Alexander salió de su ensoñación lo suficientemente rápido como para ver una estaca que se dirigía veloz a su pecho.

2 comentarios:

  1. NO, PALOS MALOS, PALOS MALOS.
    NO PUEDES ESCRIBIR SOBRE VAMPIROS, EM, ES DEMASIADO PERFECTO QUE ESCRIBAS SOBRE VAMPIROS Y A MÍ ME DAN ATAQUES A LA PATATUELA.

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    1. ¿No puedo? Oh, querida, creo que ya lo he hecho. Cuídate esa patatuela.

      Un frío beso,

      Emily

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