Corre,
corre, sigue corriendo. Corre hasta que la ciudad se fusione con la línea del
horizonte. Corre hasta que no veas nada a tu alrededor. Pase lo que pase, no te
detengas, deja que tus pies te lleven a donde tengas que llegar, y cuando lo
hagas, frena en seco. Cierra los ojos, toma una gran bocanada de aire, siente
cómo fluye por tus pulmones. Siente los músculos agarrotados y el miedo que da
seguir adelante.
Pero
eso has hecho: has ido hacia delante, todo recto, sin detenerte, y has llegado
exactamente a donde tenías que ir. Sí, ha sido duro, pero ahora que lo has
hecho tienes una gran oportunidad de salir de este pozo oscuro de rendición.
Alza las manos, agarra el borde y haz un último esfuerzo para volver a ser
aquel muchacho sonriente a quien nada ni nadie podía aplacar.
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