martes, 6 de noviembre de 2012

La sentencia

Caen los rayos, hijos de la inminente tormenta de Zeus cronida, sobre las embravecidas olas de Poseidón. Cada nube supone un grotesco manto que esconde a los Dioses Olímpicos, los cuales observan, soberbios, la vida humana como si de una lejana comedia se tratase. Los vendavales de Céfiro agitan sin piedad las tierras yermas de la pequeña isla mediterránea, las lluvias golpean al antiguo rey como si de piedras se tratase. 

Si tan sólo hubiese comprendido cómo aplacar la ira de los Dioses, cómo retirar su ofensa, cómo tragarse su orgullo, ahora no estaría allí, escondido cuan topo en su madriguera, refugiándose del ataque.

El cuerpo de Euclides yace inerte sobre la desierta playa. Ni Hera, la de níveos brazos, ni Atenea, de ojos brillantes, ni siquiera Hestia, compadecen su alma mortal. Desde sus tronos, observan la putrefacción que llega al humano que osó enfrentarse a los dioses.

Entonces, el padre Zeus se levanta, mira al mundo con enojados ojos, y declara con voz de otro mundo:

- Que ningún otro hombre se atreva a compararse a un dios. Que ningún otro hombre sea infectado por el orgullo.

4 comentarios: