lunes, 1 de septiembre de 2014

Cammini Crux - Danza de Lluvia

Las aguas de Adsullata danzaban en dirección a la boca de piedra que las vertía a gran altura sobre la laguna del mismo nombre, y los áureos ojos de Lord Kilian las perseguían con un aura oscura en el fondo del alma. Allí, en la sala del trono, pasaba la mayor parte del día, pues para el rey de los descendientes del Awen no había mejor lugar que aquel: en el corazón del palacio de Lennox, entre paredes de piedra escarpada y raíces del Árbol Inmortal, bordeando el curso del río anterior a su caída en cascada hacia el Pueblo Llano. Él amaba su reino, y a todos sus habitantes, y por ello aquel punto era perfecto, era el límite entre los Elfos del Viento, que vivían sobre las copas de los árboles y en las cimas de las montañas, y los Elfos del Pueblo Llano, habitantes de las orillas del lago Adsullata y de los siete ríos que de este nacían. Pasaba largas, larguísimas horas sentado en su trono de ramas retorcidas, viendo las aguas caer por aquella boca rocosa que le permitía observar su bien amado bosque, meditando, divagando, descansando tras haberse mostrado como el rey dios un día más. Porque ni siquiera Kilian Mael era perfecto.

Se levantó de su trono con pesadez al ver que el sol se ocultaba en el horizonte, y desapareció por las escaleras del fondo, aquellas ocultas tras las runas que él mismo había dibujado. A diferencia de otros reyes, él había decidido no tener servidumbre, exceptuando un consejero real, un emisario en cada uno de los otros tres reinos del Camino de la Cruz, y una guardia mínima que salvaguardase las fronteras, allí donde sus ojos de elfo no alcanzaban a ver. Las toscas escaleras de roca se le hicieron más cortas que de costumbre, y en seguida se vio en su dormitorio, una amplísima estancia excavada en la montaña, con un único y gran ventanal que le permitía observar el cielo sobre el bosque y una gran piscina en el medio y medio del ilustre suelo de cuarzo blanco. Al fondo, una amplia cama se perdía entre cientos de estantes con libros, los culpables de su insomnio y sus escasas horas de sueño a la luz de las miles de estrellas cosidas al manto celeste. Despojándose de sus ropajes, se adentró en su bañera particular, y dejó que el agua tibia le calase cada recoveco y cada milímetro de piel. El olor a madera de Árbol Inmortal, a cuarzo y a sales de baño le inundó las fosas nasales y, escurriéndose, se sumergió del todo en el silencio de su dormitorio. Podía decirse que el rey era feliz, porque su reino era feliz y todo era prosperidad en las vastas tierras de Lennox. Pero feliz era un término que Lord Kilian desechaba cuando se trataba de sí mismo.


Enjugó cada rincón de su piel de nácar, y no fue hasta que toda la esencia del jabón de frutos rojos se adhirió a su piel que se dedicó a enjabonar su lustrosa melena de plata. No había problema que el rey dios no hubiese resuelto con maestría, no existía libro que no conociese ni sabiduría que no tuviese el placer de sus mientes. Las buenas gentes de Lennox vivían en paz, lejos de enemigos y de males de ojo, y todo gracias a la magnífica unión que el rey había elaborado entre lo necesario y lo deseable. Nadie había osado jamás ir contra Lord Kilian Mael, y nadie había sido atacado por este. Conocía los secretos del mundo, el corazón de la tierra y el alma humana, y eso hacía de él un divino monarca, amado por todos y odiado por nadie. Ni la muerte le llegaría de forma injusta. Sin embargo, y cuanto más lo pensaba, había una persona a la que debía ese desasosiego que le impedía seguir viviendo en la calma plena de su sabiduría: Enid Ceridwen, la Puerta de la Vida, soberana sin corona de las lejanas tierras de Ruadh. 

Se aclaró cuerpo y cabellos, librándose de todo el jabón restante, y, desnudo, se dirigió hasta el vestidor, donde tomó una toalla con serenidad y decidió cuál sería su atuendo para aquella noche tan singular. Una túnica sencilla, blanca como la luna que gobernaría el cielo en unas horas, con hilo plateado dibujando la danza del río sobre su pecho y espalda. Trenzó sus cabellos como siempre hacía, dejándolos caer sobre su hombro izquierdo, y sobre las sienes colocó la magnificente corona de ramas y rocío. 

El brillo del impoluto vestuario le recordó a las arenas plateadas del desierto de Ruadh, y los ojos escarlata de su señora se dibujaron en su mente. Los elfos podían nacer en cualquier lugar del Camino de la Cruz siempre que un bosque hubiese crecido o un río corriese cerca. La luz de la luna permitía el milagro de su concepción, y más tarde las estrellas los guiaban hasta que llegaban a Lennox, su hogar. En Ruadh no había ríos, sólo las fieras olas del último de los mares del reino de Eirian golpeaban sus costas; tampoco contaban con bosques en el reino de la Puerta de la Vida, tan sólo con cientos de esqueletos arbóreos carbonizados, negruzcos, abrasados tiempo ha por las llamas del Origen. Y, aun así, ciento veinte años atrás la regla se había roto. 

Como cada sesenta años, los Tres Reyes y la Puerta de la Vida se habían reunido en la roca de Arran, en cuya arena se alzaba la auténtica Cruz del Camino. No era más que un peñasco donde se erigía el crucifijo, naciendo de la tierra de Lennox, a la sombra del reino de Kalen, y muriendo en las aguas de Eirian. El primer día del año, al morir la última luz contra el inmenso horizonte, Lady Cordelia Morganne abandonó las aguas, Lord Kilian Mael dejó atrás sus bosques, la guardiana Enya Maeve se alejó del sol, y, algo más tarde que de costumbre, la Puerta de la Vida Enid Ceridwen cruzó el mundo, reuniéndose en derredor del crucero. La reunión habría sido una más de no ser por la presencia de una quinta criatura: joven y asustadizo, un elfo recién nacido se escondía bajo la capa de la Puerta. 

- De haber tenido que cruzar el último desierto de Ruadh, no habría podido seguir las estrellas – Señaló la sabia mujer, dejándolo al cargo de Lord Kilian. Lo lógico, lo sabía. Por tradición y por compromiso, cualquier soberano de la Cruz debía entregar a un elfo si lo encontraba, pues su hogar estaba en Lennox. Su hogar estaba bajo las sabias órdenes del rey dios. Así fue como encontró y acogió a Gwion. La historia de cómo se enamoró de él tardaría poco más en suceder.

Por lo que sabía, y conocía los anales de la historia de parte a parte, Gwion era nada más y nada menos que el primer elfo nacido lejos de cursos de agua o de vivaces bosques. Una cosa más, se recordó; la Puerta dijo que, el día en el que nació, fue el primer y único día que llovió en Ruadh. Un elfo especial, nacido de forma especial y hecho de una pasta especial tenía que tener un destino muy especial. Él sería el elfo más joven de los sacerdotes de las luces; sería el único ser capaz de hacer sentir verdadero amor a Lord Kilian Mael.

Sacudió la cabeza, tratando de desechar todo aquello antes de presentarse en la ceremonia. No debía pensar en aquello ahora, ni era el momento, ni debía hacerlo. Los amores prohibidos sólo causan dolor y desequilibrio, y un desliz suyo no rompería la paz de su reino. Antes moriría. Tras echar un vistazo a la posición de la luna por la ventana, decidió que todavía tenía tiempo, por lo que tomó uno de sus libros favoritos y se acomodó sobre la cama, decidido a distraerse con un poco de lectura. Definitivamente, preferiría morir antes que dejar que su corazón latiese egoístamente contra su pueblo.

- No menciones a la Muerte tan rápido, señor de los bosques del este. 

Una voz lo sobresaltó, haciendo que cerrase el libro de golpe. Sus agudos oídos de elfo se dispusieron a rastrear aquel susurro, mientras sus ojos escrutaban la penumbra blanquecina de la estancia. Sin previo aviso, vio las aguas moverse, y se acercó con prudencia. Un suspiro de alivio abandonó sus labios al ver el reflejo de Enid Ceridwen sobre las aguas de la piscina.

- Hermana –Sonrió, complaciente.-, me has sobresaltado. 

- No es propio de ti –Sentenció la hermosa mujer, posando los ígneos irises en el pálido rostro de su hermano.

- ¿Qué es lo que no es propio de mí? – Un fuerte aroma a azufre e incienso le llegó desde el otro lado de las aguas. 

- Nada –Murmuró, ladeando la cabeza.-. No es propio de Lord Kilian Mael sobresaltarse con la voz de su hermana. Y no es propio del rey dios pensar en la muerte como un loco que se cree henchido de valor.

El rey sonrió, avergonzado. Su hermana, la Puerta de la Vida, no dejaría de sorprender al mundo. Incluso estando al otro lado de los extensos océanos de Eirian, podía leer su mente y saber de sus preocupaciones. A veces, y sólo a veces, un sano rencor fraternal le hacía hervir la sangre.

- Todos tenemos derecho a vacilar, Ceridwen. Mucho más cuando los años se nos vienen encima, y el corazón amenaza con matar a la cordura.

- La vida de un elfo es larga, y los errores se pueden enmendar. 

- No puedo romper una ley, hermana. Como rey, soy el primer obligado a cumplir mi deber – Replicó el rey dios, conteniendo una nota de frustración en su atenuada voz.

- Toda ley tiene vacíos y excepciones, y ese elfo nació con la palabra excepción pintada en la frente –Rió, sacando una sonrisa a su paciente hermano.-. Así que no vuelvas a pensar en la muerte, porque lo sabré.

- Feliz día de Raine y Airmid, hermana.

- Feliz día de Raine y Airmid, hermano –En medio de un débil oleaje, la imagen de la Puerta se disolvió, y pronto el rey volvió a estar solo en medio de sus aposentos. Aquel era el día de Raine en Lennox y de Airmid en Ruadh, el único día en el año en que ambos reinos coincidían en sus festejos, y el único día en que los dos hermanos se veían, en solitario, a través de las artes mágicas que Ceridwen practicaba. Un día de vida y alegría en los bosques de Lord Kilian, un día de solemnidad y nostalgia en el desierto de su hermana melliza. Y aquellas breves charlas anuales eran, probablemente, lo que hacían del día de Raine su día favorito del año. 

Se asomó al balcón y se apoyó en la baranda de madera para observar los preparativos. La noche caía lenta pero inexorable sobre el infinito bosque de Lennox, las luces de las viviendas eran sustituidas por cientos de farolillos flotantes que acompañaban a las luciérnagas en su danza sobre la laguna, allí donde se celebraría la gran fiesta del día de Raine. También los cientos de puentes que unían las copas de los árboles entre sí estaban iluminados, pues en cada tronco se ocultaba una vivienda, o dos, o tantas como el árbol quisiese acoger. De ellas salían elfos de todas las edades, dispuestos a ayudar con los preparativos de la fiesta y a disfrutar como el que más, alejándose por una noche de sus tareas y del calor de los hogares. Sonriendo con dulzura, se dispuso a abandonar el palacio, deseoso de sumergirse en el ambiente de la noche junto a su pueblo para así hacer a un lado las preocupaciones y el dolor que su corazón había ignorado durante tiempo.

La noche estaba muy tranquila incluso dentro del ambiente festivo. Las voces se entremezclaban con la música que apenas había empezado, y todo era luz en los prados que bordeaban la laguna Adsullata. Bajó aquellas escaleras de piedra, situadas justo tras la cascada que caía desde la sala del trono, y no tardó en llegar al Pueblo Llano. Allí, los elfos vivían en la parte baja de los troncos de los robustos árboles, y se encargaban de gran parte de las tareas. Los más jóvenes de los elfos, acompañados por todos los niños y niñas, se acercaron a recibir al rey, que los saludó con sonrisas y juegos inocentes. Como cada año, se sentaría junto a su gente, permitiendo como único lujo el ocupar un trono que los mismos niños habían decorado para él. Este se situaba justo frente a la cascada, a la orilla del agua, y los miles de elfos que acudían a la celebración trataban de sentarse tan cerca de su rey como era posible. Por suerte, la extensión de la laguna era tal que todos los elfos podían estar en primera, segunda, y, como poco, tercera fila en el momento de mayor expectación. Como en toda fiesta, había música, se reía y se charlaba, grandes banquetes eran preparados por el pueblo y por el palacio, e incluso se celebraban concursos, se cantaban canciones y se contaban viejas historias de reinos lejanos y criaturas ya extintas. Pero en la celebración del día de Raine había un evento superior a cuantos pudiesen enumerarse.

La luna se situó en su punto álgido, justo sobre la cima de la montaña, en el cenit de su curso sobre los bosques del este. En ese instante, todos los asistentes tomaron asiento en las frescas y verdes riberas del lago, todas las luces artificiales se apagaron y el silencio se apoderó de la fiesta. Miles de ojos observaban, expectantes, la escalinata situada tras la caída de agua, justo por donde el rey dios había bajado, pero nadie prestaba tanto interés como este mismo. Tras las aguas cadentes, ocho encapuchados comenzaron su descenso, trayendo en sus manos sendas esferas de albor de plata, las únicas luces artificiales de la escena. No obstante, pese a su reducido tamaño, la luz se reflejaba en todo lo que encontraba a su paso: los cientos de robles, castaños, arces y sauces que conformaban los bosques, en cada flor y en cada hongo, en todas y cada una de las briznas de hierba. Incluso el agua pareció sentir la llegada de aquellos ocho enmascarados, que se dividieron y se situaron en puntos estratégicos: siete de ellos se plantaron en los nacimientos de los ríos que suministraban agua a todo el reino de Lennox. El octavo, con decisión, se dirigió al salto de agua, se despojó de su túnica y se situó frente al rey. Su cuerpo descubierto empataba con la obra de arte más trabajada del mundo: sobre su fibroso torso de pálida piel se habían grabado incontables palabras, fuente de hechizos indescifrables para cualquier elfo ajeno a los sacerdotes de las luces. También un dragón decoraba su pectoral izquierdo, reptando hasta su musculosa espalda y muriendo en el oblicuo derecho. Los ojos de Lord Kilian se abrieron de par en par, porque el joven Gwion ya no era ningún niño, y en aquella ocasión iba a demostrarlo con creces. 

Sus desafiantes ojos plateados le otearon, carentes de maldad o dobles intenciones, repletos de pasión y valor. Sus cabellos azabache, tan lacios que recordaban a la misma cascada, llevaban a cabo un vaivén al ritmo en que él se movía, enlazados en una trenza que rozaba sus caderas. La luz que portaba en sus manos seguía flotando a su alrededor, como si tuviese vida propia, y pronto las siete de sus compañeros se unieron a esta. En ese instante, todo comenzó. Y el rey no podía apartar sus enamoradas pupilas del muchacho.

Primero, y ante todo, sus torneados brazos serpentearon pausadamente, dibujando espirales en el agua, amenazando con romper el curso normal de la cascada. Sus piernas eran el sostén firme sobre el que se balanceaba su cuerpo flexible, que trazaba formas imposibles y traía el recuerdo de viejas imágenes. Las ocho luces se movían a su alrededor, siguiendo el ritmo de su baile, perdiendo la definida forma esférica para cambiarla por una abstracta espiral de luces y sombras, un infinito universo contenido en cada espora, y aportaban así un azulado halo de luz al bailarín. 

Una serpiente escurridiza, ágil, de movimiento sensualmente sinuoso; un águila fuerte, decidida, desplegando las alas como si fuese a alzar el vuelo sobre las mágicas aguas verdosas del lago Adsullata; un felino sagaz, astuto, atento a cualquier cambio y preparado para destacar entre la multitud. Todo ello lo era Gwion, todo ello se desprendía de su danza feroz entre las cristalinas aguas élficas. Pero se detuvo, y el silencio fue roto por la primera de las muchas gotas de lluvia que comenzaron a caer. El público prorrumpió en aplausos, al fin la ceremonia llegaba a su culmen y podían continuar la fiesta. El día de Raine era el día de consagración a las aguas de lluvia, los elfos respetaban y veneraban cualquier elemento de la naturaleza, y los aguaceros constituían uno de los más poderosos elementos, ya que alimentaba a las plantas, a los animales, y a cada uno de los ríos, lagos y lagunas de Lennox. Y cada año, uno de los sacerdotes de las luces obsequiaba al rey dios y a su pueblo con una danza que invocaba la sagrada lluvia y que traería fecundidad en la primavera y el verano. Un gran sol brillaría durante mucho tiempo después de aquella lluvia, y el ciclo normal de la vida volvería a su curso del mismo modo que ocurría en el festival: la orquesta volvía a tocar, con más alegría que al principio; más comida y más bebida se traía desde las entrañas del palacio; y más voces, más cantos y más risas inundaban por igual las orillas de Adsullata. 

No obstante, en aquella mágica noche de agua y fiesta, dentro del rítmico movimiento que suponía la gente en movimiento, existía un paréntesis de parálisis: Lord Kilian no se había movido de su trono, expectante; Gwion continuaba con una rodilla hincada, la cabeza gacha, los vibrantes ojos de plata fijos en el rey; las gotas de agua empapándolo todo como si se tratase de un torrente. 

Los siete sacerdotes restantes rodearon en seguida al novel bailarín, felicitándolo por su gran actuación y aguardando la llegada de su majestad. Este, con pies de plomo y la mirada perdida en el disuelto recuerdo del joven elfo contoneándose al son de la música, les sonrió y les indicó, con amabilidad, que accediesen al salón del trono. Subió la gran escalinata el primero, seguido por los ocho sacerdotes, y ocupó su trono elegantemente. 

- Ha sido una gran noche, una magnífica ceremonia – Comenzó, desviando la mirada tan lejos como pudo con respecto al muchacho.-. La mejor, si se me permite decirlo.

- Ciertamente, alteza, ha resultado mejor de lo que esperábamos – La voz lenta y pausada que le habló pertenecía sin duda a Golasgil, el más anciano de los sacerdotes, tanto que apenas quedaban elfos vivos que recordasen en qué momento llegó al sacerdocio. Sus ojos azules, templados como las infusiones de almendra, lo enfocaron, alegres.-. Este año el joven Gwion se ha esforzado muchísimo.

- Y el esfuerzo ha dado sus frutos – Lord Kilian sonrió, complaciente, antes de dirigirse directamente a él.-. No podría estar más satisfecho. Ahora, honorables ancianos, dejadnos solos.

Tras una reverencia, los otros siete sacerdotes desaparecieron, cumpliendo con la tradición: el bailarín del ritual recibía un regalo directo y secreto del rey en compensación por haber traído la sagrada lluvia. Gwion observó, ensimismado, el curso del agua que se dirigía a la cascada, cuando la voz del rey lo sacó de sus pensamientos:

- No recuerdo haber logrado nunca una lluvia tan intensa. Tu danza definitivamente ha enamorado a los dioses, joven Gwion – Y a mí, pensó el elfo. Sonriendo, volvió a ponerse en pie, y dejó la bien tallada corona sobre su elegante trono. Los férreos orbes del joven se clavaron en los dorados de su señor, pero sólo hubo una reverencia como respuesta. En la plata líquida de su mirada, algo intenso se dibujaba para borrarse de nuevo al paso del metal, quedando como una leve reminiscencia de fuego en sus ígneas pupilas.-. Ahora es tu turno, Gwion. Puedes pedir tu recompensa, nada será negado al favorito de Raine.

- Majestad – Su armoniosa voz sonó dubitativa.-, ¿es cierto que mi regalo será secreto?

- Lo es, totalmente secreto. Nadie sabrá nunca qué es lo que has pedido, sólo sabrán que lo has obtenido sin ningún problema.

- En ese caso, ya sé lo que quiero –Decidido, avanzó un par de pasos y se arrodilló frente al rey, tomando sus dos manos en gesto de súplica.-. Mi deseo, su alteza, es pasar una noche con vos.

- ¿Cómo decís? – Parpadeó, estupefacto. Aquel muchacho de ojos rasgados y trazos marmóreos lo observaba como quien mira a la luna misma, con pasión, incluso con devoción. Tragó saliva, tratando de no hacerse una idea equivocada.

- Majestad – Se puso en pie, pero no soltó las manos del de los ojos dorados.-, he practicado día y noche para traeros la mejor lluvia que Lennox haya visto jamás. Todo lo que pido esta noche es vuestra atención.


La canción que la lluvia componía en su caída aislaba el palacio de cualquier otro sonido, lejano o cercano, así que el repiquetear de las gotas contra la montaña borraba cualquier rastro del silencio que había en aquel dormitorio. Paseaba, intranquilo, frente a la gran cama, mientras el moreno disfrutaba de un relajante baño en su pequeña piscina particular. Cada chispa de agua delineaba su contorno, repasando su perfección, y el rey no sabía demasiado bien qué estaba ocurriendo. Hacía tan sólo unas horas, él mismo estaba en esa bañera, pensando en aquel muchacho inalcanzable y prohibido que acababa de ganarse una noche con él. Desconocía el motivo de su petición, desconocía todo lo que pasaba por aquella cabeza. Sólo sabía que en sus ojos ardía cada palabra que decía, y que debía averiguar pronto qué ocurría con el joven elfo.

- ¿Por qué? – Inconscientemente, la pregunta se deslizó entre sus labios, los cuales frunció arrepentido. La suerte no estaba de su parte, Gwion sonrió y se dispuso a responder.

- Nací bajo la lluvia de un lugar en el que nunca llueve – Sonó distante y lejano, inmerso en un pasado que parecía querer desvelar.-. El desierto no pudo conmigo, y una hermosa mujer de ojos rojos me encontró. Ella me contó muchas cosas, me llamó hijo de la lluvia y la niebla, y me mostró el agua de un lago. A través de ella, pude ver mi hogar, lo que me esperaba en Lennox. En ella pude ver al rey al que serviría para siempre – Al fin, sus ojos se clavaron en él.-. Vuestros ojos me dijeron que yo sería vuestro esclavo sin necesidad de grilletes. Vuestros ojos me han llenado de las luces a las que rindo culto, pero también me han provocado un vacío, una necesidad de haceros mío. Sois mi rey, mi señor, mi dios. La luz más grande de los reinos de la Cruz del Camino está contenida en los ojos de Lord Kilian Mael. 

Cerró los ojos, inspiró, expiró, y repitió el proceso varias veces antes de volver a ver aquellos luceros de plata. No sabría calibrar qué sería más difícil de tener que elegir entre la posibilidad de que aquello fuese posible y la veracidad de aquellas palabras de elfo. A lo largo de aquellos años, jamás se había planteado la posibilidad de no ser el único que sintiese el peso de su error en lo más hondo del corazón: el rey, por anteponer el bienestar del pueblo; el sacerdote, por entregarse a una vida de estudio y oración. Y su castigo por haberse equivocado no era otro que el no poder estar juntos viviendo entre los mismos árboles, bajo la misma montaña y junto a las mismas aguas. Claro que aquella noche, el día de Raine, las luces estaban ocupadas en dar brillo a cada gota de cristalina lluvia, y eso quería decir que por una vez en el año lunar sus vidas podían ensombrecerse.

El problema resultaba de lo más sencillo a ojos de cualquier conocedor de las leyes de Lennox. Un sacerdote no se compromete jamás, y un rey no se entromete en los asuntos de los servidores de las luces divinas. Pero el corazón no sabe ni de compromisos ni de asuntos secretos, sólo entiende de pálpitos, impulsos, y emociones incontrolables que llenan los ojos de lágrimas y los labios de besos. El rey dios se despojó de sus ropas en completo silencio, caminó con pies de plomo hasta entrar en la pequeña laguna artificial, y sin dudarlo, habiendo apartado los oscuros cabellos de Gwion de sus puntiagudas orejas, dio el último paso entre ambos: con las yemas de los dedos índice y pulgar, apretó la cúspide de sus dos cartílagos y lo sintió. Sintió la verdad en sus palabras y la profunda muesca en su corazón con el nombre de Lord Kilian Mael. Y sin más, besó sus labios, besó los dulces labios del inmaculado sacerdote de la luz, porque sabía que aquella noche, desde ese día hasta la eternidad, sería la única vez en que la luna cerraría los ojos y les permitiese amarse como siempre habían querido hacerlo: de verdad. 

Emily Broken Rose

Proyecto Neminis TerraReivindicando Blogger

10 comentarios:

  1. Muchas gracias, mi querida Clavecinista. Me alegra que te haya gustado :)

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  2. Escribes genial, que bonito ♥ Al lado del tuyo el mío parece normalucho pero bueno de todo se aprende jeje
    Me ha encantado, eres muy original y es un gran relato para abrir Neminis Terra ^^
    ¡¡Felicidades!!
    Un fuerte abrazo,
    María
    P.D. En serio, por mucho que digas lo contrario escribes de una forma muy elegante y bonita y que no aburre en ningún momento, sabes captar la atención *-*

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  3. Qué prosa tienes, Em. Me ha flipado, de verdad, es preciosísimo. No se me ocurre una mejor forma de abrir el Neminis *^*
    ¡¡Un beso!!

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  4. Se me han ido los feelings a la mierda :') Creo que si Kilian tuviese chichi le daría palmas todo el día (?). Vale, ignora eso xDDD

    Me encantó, como siempre hace lo que escribes <3 Ojalá algún día llegue a tu nivelón :D

    Mrs Byron.

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  5. Definitivamente, es puro amor <333
    Siento haber tardado tanto en leerlo, pero he andado algo ocupada y no he podido >.< Tengo que ponerme al día con todo xD
    De tu relato, qué decir... Escribes mejor que las Musas, Em. Eres genial.
    Yyyyy ha habido un momento que me ha recordado mazo a Legolas xDDDD
    Un patata-besi :3

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  6. Me gusta mucho la ambientación que le has puesto, ese reino elfico y dividido. Increible como he podido llegar a empatizar con este rey, sufriendo para que su pueblo estuviese bien.

    También me han gustado los elfos geish,¿puedes ponerme 3 o 4? para llevar, por favor.

    Besus.

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  7. Muchas gracias a todos, ¡sois amor! Me alegra de verdad que os haya gustado este comienzo de proyecto, y que hayáis disfrutado con el relato. Yo al menos disfruté muchísimo escribiéndolo. Estoy impaciente por leer los vuestros ^^

    Un frío beso

    Emily

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  8. Jó, esta historia ha sido fantástica la verdad... no se cómo decirtelo, pero has conseguido que me bañe dentro de tu historia. He disfrutado mucho leyéndolo, que por cierto, adoro a esa peculiar raza de elfos, así que me has conquistado desde los primeros párrafos.

    Definitivamente, me encanta Eeem

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  9. Bueno, antes de nada, decir que he tenido que escribir este comentario dos veces, porque la primera vez se me borró al darle a vista previa, jeje T.T
    He tardado un poco en leerlo, pero mejor hacerlo con calma y fijándose en los detalles que no a prisa y corriendo, ¿no?
    Destacar la fluidez que tienes al escribir y lo ameno que se me ha hecho la lectura. También decirte que muy bien conseguido el ambiente, la descripción minuciosa donde se sitúa cada personaje. Me encanta el toque romántico que le has puesto. Muy buen trabajo Em :) Sigue escribiendo.
    JJ.

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