sábado, 21 de febrero de 2015

El vigía

Esta entrada es la segunda parte de El póster

Es como un príncipe efímero encerrado en un universo de papel.

No resistí más, en cuanto se me presentó la ocasión de decorar de nuevo el dormitorio saqué el póster de su cárcel de madera, y respiré aliviada al extenderlo una vez más sobre la cama. Se había deformado un poco por haber dormitado en un cilindro de cartón, pero estaba tan impoluto como el primer día; y del mismo modo que aquella primera vez que ahora se me antoja lejana, sus ojos me atraviesan de parte a parte y algo en mi interior vibra. Mi póster vuelve a tener un hueco en la pared, esta vez junto a mi lado de la cama, de modo que se convierte en lo último que veo al cerrar los ojos y vela por el orden entre las cuatro paredes blancas en las que reina. Yo ruego por su salud, él vigila mis noches.

Pero quién me iba a decir a mí que un factor tan simple como un radiador en marcha jugaría en mi contra, y que el calor derretiría de nuevo la masilla adhesiva hasta que mi póster cayese, precipitándose al barnizado suelo de madera. Fue esta noche, hace menos de veinticuatro horas, en medio de la madrugada. Cayó como un tronco, crujiendo lentamente al principio y arrojándose al vacío a toda velocidad cuando todo su ser se hubo separado de la pared. Abrí los ojos en la oscuridad, y puedo jurar que escuché un grito ahogado, pero el sueño me invadió de nuevo y mi pobre príncipe hubo de esperar hasta que amanecí con el corazón en un puño. Lo tomé entre mis manos, hecha un manojo de nervios, y analicé sus hechuras para cerciorarme de su estado. Varias arrugas y dos cicatrices. Cicatrices. Esa palabra se dibujó en mi mente, y una ráfaga de crispación me atravesó el pecho. Es un maldito póster, un pedazo de papel impreso con un par de ojos de niebla grabados en él. ¿Puedes dejar de mirarlo como si fuese un gatito herido? Lo dejé sobre el escritorio mientras ordenaba la habitación, y desde que terminé yace en mi cama, esperando a que tome una decisión. Pero no puedo hacerlo.

Todo ese sentimiento, esa poesía que hay en el interior de mi póster impide que me decida a encerrarlo otra vez o a volver a poner en riesgo su integridad. Estúpido, estúpido póster. No importa cuán rígidos sean los barrotes de tu jaula de celulosa, has cargado tus ojos de magia e intentas mostrarme tu verdadero ser. Venga, déjame entrar. Quiero ver al príncipe tras la pared.

2 comentarios:

  1. Una continuación increible, ese último párrafo me ha dejado el corazón en un puño.
    El cuidado de los posters a mi me acaba dando dolor de cabeza, pero que le voy ha hacer, se le coge cariño y luego cuesta muchísimo desprenderse de ellos.
    Un beso
    Lena

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    1. Sostén bien tu corazón, no querría que sufriese daño alguno. Este póster en particular me tiene loca, me encanta pero pesa más que ninguno y es más grande que los demás, así que parece que lo hace por fastidiar. Espero subir pronto la continuación, gracias por estar ahí :)

      Un frío beso,

      Emily

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