El fuego. El fuego mató a la tierra y del fuego nació el
vasto océano, turbio océano, sangrante mar en el que vivimos. El fuego lo
condenó todo, sí, pero no olvidó su misión. Endureció las escamas de las
sirenas Rtam y las que en tiempos pasados cautivaban marineros y hacían de su
hermosura la perdición ahora cantan a las llamas y luchan, y vencen, y respiran
bajo el sol.
Cada mañana las seis cebras sagradas surcan los vastos
cielos anunciando el nuevo día, un día rojo bajo el sol invicto, un día
brillante entre las aguas de Svadu. Apenas quedan criaturas del mundo antiguo,
algunas intentan refugiarse en el mar, pedir clemencia a la reina Tritona, pero
no entienden de piedad las escamadas huestes. Son días gloriosos, días de
sangre enturbiando las olas y de llamaradas purificando la vida, porque nadie
creía, nadie confiaba, nadie respetaba al mar y las diosas respondieron. Udana
escuchó los lamentos de sus hijas y, exhalando, acabó con una edad que algún
día nadie podrá recordar. Nadie, nadie salvo la madera.
Apenas queda sangre que derramar. Hace días que no se
escuchan las voces, las amenazas, las apuradas súplicas del que ve la muerte
reflejada en el filo de la espada enemiga. Las sirenas lo llamarían el Beso,
porque cuando el fuego las toca se sonrojan, sonríen con dientes oscuros y
sienten ganas de besar más. Los humanos, de haberlos todavía, lo habrían llamado
el Incendio. La madera, sin embargo, llevaba siglos llamándolo el Día que
vendrá.
Una de las primeras victorias de Tritona le legó el reino
más grande de los terrestres, Vridda, la inexpugnable, la de altísimas cumbres
falsas. Una gran ola le trajo la ciudad entera, como si de una diminuta roca se
tratase, y arrastrándola al fondo del mar la convirtió en su palacio. Las
llamas nunca hirieron a las rocas, ni a los árboles, ni a las palabras, así que
todo cuanto Vridda fue se desvaneció y Tritona se adueñó de un esqueleto sin
alma, de un armazón a prueba de muertes. En su interior, en la sala más
recóndita del más alto torreón, Vridda tenía libros inmortales, todos ellos un
tesoro que el agua tampoco deterioraba. Mientras la sangre corría, el fuego
danzaba y sus sirenas cantaban anunciando su victoria, la reina Tritona se
sentó a aprender lo que los terrestres habían hecho durante cientos, miles de
años. Hoy, Tritona conoce el pasado mejor que nadie. Hoy, Tritona siente que
algo terrible está por venir.
Entre las tapas de un libro, un manuscrito viejo con hoja
trenzada de los bosques del sur, encontró una pequeña tablilla, no más gruesa
que sus garras duras, no más larga que su membranosa mano abierta. Las rocas,
los árboles, las palabras que ahora no mueren tal vez llevan siglos
advirtiendo. Los hombres, las diosas, las sirenas quizá lleven siglos
ignorando.
El fuego, oh, el fuego
Consuelo de suplicantes
Azote de traidores.
Como lluvia vendrá el fuego
A bailar entre los hombres.
El fuego, oh, el fuego
Un reinado granate
De roca, de agua, de sangre.
Como lluvia vendrá el fuego,
No habrá tiempo para el hambre.
El fuego, oh, el fuego
Victoria hoy, victoria doliente
Venganza ardiente el Día que vendrá.
Como lluvia vendrá el fuego,
E igual que vendrá se irá.
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