lunes, 29 de agosto de 2011

Del recuerdo, 9.

IX

Esperó junto al mausoleo imaginándose lo peor. Hacía unas horas había empezado a nevar y ya faltaba poco para el amanecer. Sus sentidos vampíricos le advirtieron de que alguien se acercaba, así que se puso en pie y contempló: se trataba de Frederic, el primo de su amada Circe, que traía el cuerpo inerte de ésta en sus brazos. Su corazón muerto volvió a latir sólo para detenerse ante el impacto de ver a su joven amante muerta. El caballero eterno cayó al suelo de rodillas, sollozando, apretujando puñados de nieve en sus manos. Frederic le tendió el cuerpo y se arrodilló frente a él, observando solemnemente cómo aquel que era considerado un monstruo por toda la ciudad lloraba y pedía disculpas a quien él consideraba un ángel, le besaba las frías mejillas y retiraba los copos de nieve de sus cabellos oníricos.

Alexander la abrazó y, tras enjugarse las lágrimas con la manga, se dirigió al de los ojos verdosos:

-Gracias.


-No hay de qué. Su última voluntad fue acudir a vuestra cita y...no podía ignorar eso-El joven se puso en pie-. Siento mucho que no pudieseis huir.

-Yo también lo siento. Siento ser tan estúpido como para dejarla sola, siento no traer más que muerte y destrucción...-Guardaron silencio. Pero entonces Alexander tuvo una idea que le pareció magnífica.-Escuchad, Frederic, tengo que pediros algo.

-De acuerdo, si está en mi mano...

-Matadme.

-¿Cómo?-Parpadeó.

-No puedo seguir viviendo si mi ángel ha muerto por mi culpa. Vos me odiáis, lo sé: maté a vuestra madre y os robé a la mujer a la que amabais. No os costará matarme.

-¿Realmente es lo que deseáis?-Contestó con lentitud.

-Sí.

Frederic cerró los ojos, suspiró y, cabizbajo, concedió:

-Os enterraré juntos, para que puedas reunirte con ella cuanto antes.

La levantaron del suelo entre ambos y accedieron al panteón de los querubines, el que había sido el sucio hogar del vampiro durante aquella angustiosa década de inmortalidad. Un gran ataúd doble mostraba dos ángeles esculpidos en mármol blanco que dormían plácidamente. Con delicadeza, lo abrieron y depositaron el cuerpo de Circe en su interior y, sin haber cruzado otra palabra y sin discutir, ambos la besaron entre lágrimas. Luego, el de los ojos verdes tomó la estaca que la había matado y se dirigió al vampiro. Justo antes de clavársela en el corazón, dijo:

-Alexander O'Connel, descansa en paz junto a tu amada.

La sangre le salpicó la cara, pero no cerró los ojos, pues estaba concentrado en aquel rostro dolorosamente hermoso que perdía la vida con una sonrisa de alivio.

2 comentarios:

  1. No.
    O sea. No.
    Por qué me haces esto, Em.
    Por qué te empeñas en romperme el corazón.
    Joder, joder, joder.

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    Respuestas
    1. Un corazón roto libera espirales de emoción, querida. No olvides eso y podrás dejar de culparme, aunque, admitámoslo, me encanta ser la causa de tus emociones.

      Un frío beso,

      Emily

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