lunes, 2 de enero de 2012

Pigmalión

Cada tarde al salir de la facultad se sentaba en un banco del parque y fotografiaba a hermosas muchachas que le dieran su permiso. Así, al llegar a casa, se sentaba frente a su escritorio y dibujaba en finos trazos cada rostro con sus rasgos. Su técnica era limpia, y el parecido con las modelos, indiscutible. Después de dos años estudiando Bellas Artes, el artista revisó todos sus trabajos, pues una chiquilla pelirroja había terminado las hojas de su cuaderno. Entonces se llevó la mano a la frente y se percató de que llevaba dos años omitiendo las sonrisas de sus modelos. Frustrado, trató de repetir algunas, centrándose en las sonrisas.

Cuando el amanecer le dio de pleno tras las persianas semiabiertas, las sobrias retratadas eran ahora horrendos bocetos incapaces de sonreír. Dejó caer su lápiz y apoyó la barbilla sobre el escritorio. ¿Porqué no podía dibujar sonrisas?

Totalmente hundido, recogió sus cosas y marchó camino de la facultad, atravesando, como cada mañana, el mismo parque. En un banco del camino, a pesar de la hora que era, una chica leía ansiosamente un libro. Se trataba de un ejemplar de Guerra y paz, de Tolstoi. Alzó la vista y se vio obligado a pestañear. Sus pies le detuvieron en el sendero y sus ojos le mostraron lo más hermoso que había visto nunca: la piel sonrosada, los labios finos y dulces, grandes ojos verde oliva, largas ondas doradas a modo de cabellos, semiocultas por una boina francesa de color azul. Ella se percató de que la miraban, abandonó su lectura y escrutó al admirador. Y como si un ángel la hubiese tocado, una maravillosa sonrisa, haz de luz de luna, fuente de estrellas, espuma de mar, las puertas del Olimpo abiertas ante el joven artista, quien inconscientemente se la devolvió, más torpemente. 
Pasó el día, todas las clases se volvieron entretenidas y, a la salida, se dio cuenta de que él mismo seguía sonriendo. Apuró el paso al acercarse al banco, pero estaba vacio. Claro, nadie iba a esperar ocho horas allí sentada por muy entretenida que fuese la lectura.

Pronto llegó a casa y sus manos tomaron el nuevo block que había comprado durante el almuerzo. No tenía ni idea de qué iba a hacer, mas su mano se movía sola sobre el papel. Poco a poco, las ondulaciones doradas apareciero alrededor de un rostro redondeado, dos enormes iris aceitunados le oteaban desde el papel muerto que ahora, no obstante, derrochaba vida. Y llegó el momento. Casi con miedo, rememoró tan perfecta sonrisa y fue quien de dibujarla. Perfecta, luminosa, alegre, sincera. La vía láctea envidiaría a aquella muchacha por toda la eternidad.

La noche se había adueñado del cielo cuando el dibujo cobró vida. Era tan real, tan parecido a la modelo, que el artista derramó lágrimas de alegría. Volvió a preguntarse lo mismo que la noche anterior, mas esta vez halló la respuesta.

Desde entonces, el artista fue capaz de dibujar todas aquellas sonrisas que fuesen sinceras, tan sinceras como la de aquella chica. Se proclamó a sí mismo dibujante de sonrisas, y siguió soñando con su musa eternamente.

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