martes, 29 de enero de 2013

Hijas de Perséfone, 8. Desequilibrio.

Desde la esencia del Éter todo lo observaban, calmados, impasibles. Les estaba prohibido inmiscuirse en los asuntos de los hombres, pero aquello estaba ocurriendo en su territorio. Los fervientes y ambiciosos deseos de Hades y Érebo atentaban con alterar el equilibrio de las deidades. Reuniéronse entonces los Olímpicos en derredor al Ojo del Mundo, observando con mudo asombro el secuestro de Umbría y su hermana Cerinia. Zeus Cronida se lleva las manos a la cabeza, tratando de comprender el modus operandi de su hermano y el móvil de su hacer. Ártemis, la única en pie, pasea por la estancia de etéreos muros blandiendo el divino arco entre sus manos.

-Yo me encargaré de esto -Amenaza, embriagada por la ira y el dolor ante la muerte de su cierva.

-Hermana, cálmate -Es Apolo Efebo quien contesta-. No es la rabia sino la más torpe estrategia de ataque. Quizá Palas sepa qué hacer.

Palas Atenea deja el casco a su vera, y sus brillantes ojos se posan sobre todos los presentes antes de comenzar:

-La tentación hace débil tanto a hombres como a dioses, y hablamos, oh Olímpicos, de la oferta del poder casi absoluto dado por una deidad primigenia. Sin embargo, mientras no haya repercusiones directas sobre nuestras casas, no somos quienes para atacar.

Un revuelo se forma en el salón. Todos parecen dispuestos a replicar a Palas, la de brillantes ojos, por temor a perder sus posesiones.

-Calma, calma -Poseidón, el que gobierna los mares, se apoya en su tridente para ponerse en pie-, pensemos. Nosotros no podremos luchar por ahora, pero alguien tendrá que hacerlo.

-¿Quién lo hará?

-Un héroe, un semidiós que, al igual que Nicéforo, opte por ayudar a unos contra otros.

Los Divinos hablan entre ellos, pero la voz de Palas se alza entre todas las restantes. 

-Debe tener la astucia de Odiseo Laertida, el valor de Aquiles Pelida y la compasión del gran Alejandro -La sala enmudece-. Hermes, debes traerlo a Él.

-¿Él?

-Sí -Responde Atenea con sequedad-, es el único que puede hacerlo.

Hermes se anuda las aladas sandalias y emprende su camino hacia el mundo de los hombres en busca de aquel que dará libertad a las Hijas de Perséfone.



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