jueves, 29 de agosto de 2013

Salle de musique

Puedo verlo. Me lo habían contado, pero no me lo habría imaginado nunca de este modo. Me hablaron de paredes tapizadas con hermosas ilustraciones, de brillantes suelos de mármol, de grandes ventanales cercados por aterciopelados cortinajes... Incluso me comentaron la existencia de un gran piano de cola esculpido en ébano justo en el medio de la sala... Y todo esto puedo verlo ahora con mis ojos. Pero tengo la impresión de que ha cambiado mucho desde la última vez que alguien entró a la sala de música.

Los tapices que revisten los muros están desgarrados, hechos jirones, y sus restos descubren paredes de ladrillo en carne viva bastante poco estéticas. El suelo no brilla, apenas refleja confusas sombras y luces perdidas. En las ventanas, los cristales se han rayado tanto que no puedo ver qué hay en el exterior. Muchos de ellos se han roto, esparciendo los pedazos por doquier, y un frío de mil demonios invade la estancia. No puedo ver el techo, está muy oscuro porque los rieles que sostienen el cortinaje se han torcido y ciegan las ventanas. En el centro, el piano está bastante destartalado. La tapa se ha roto, las maderas se han astillado y amenazan con atacar a cualquiera que se acerque, las teclas blancas están llenas de tierra, seguramente traída por el viento, y hay un manto de hojas secas alfombrando el suelo y la superficie del instrumento. Son doradas, rojas, castañas... Hojas de otoño, nada menos.

Me siento frente a él, inspiro el gélido aire que domina la habitación, pulso una tecla cualquiera y, al oír su desafinado sonido, me echo a reír. Hace mucho que nadie entra en esta sala de música sin destrozar algo. El primer visitante arrancó la puerta de cuajo y desvirgó las paredes. Los tres siguientes se llevaron los pocos muebles que eran fáciles de llevar. El siguiente prometió reconstruirlo, lo hizo, y luego enloqueció y arrojó piedras a los cristales. Yo vengo aquí cada día y cada noche, reviso el destrozo y le pregunto al piano por qué sigue sonando, por qué sigue componiendo canciones que todos menos yo pueden oír. ¡Cántame a mí! Le digo cada vez. ¡Quiero oír su melodía! Pero él sigue llamando a gente que sólo viene a romper cosas. El sonido del viento entrando por los cristales me ha atraído aquí esta velada. Ni siquiera el viento entra en mi sala de música. Y parece que no ha venido solo, porque las traviesas hojas de un otoño que no ha llegado aún se han colado, sigilosas, desapercibidas, en la destartalada sala de música en la que todos oís maravillosas sinfonías y yo no encuentro nada de valor. Ellas han motivado, con sus colores, con su novedad, con su forma de entrar, al viejo piano a tocar una vez más. Pero hay algo distinto en esta ocasión. Esta vez, es el otoño el que me permite escuchar la nueva melodía. Y me da igual que mi sala de música no vuelva a ser la elegante sala que fue cuando la conocí, me conformo con oír la desafinada sinfonía del viento de esta temporada que, espero, dure tanto como deba durar.



Otoño, ¿debo decir algo o lo has entendido?

2 comentarios:

  1. Te lo dije anoche y te lo vuelvo a decir ahora: deja-de-enamorarme-así, que creo que ya es ilegal.
    En serio, me encanta :3 Y que le escribas a una estación tan pisiosa pues me gusta aún más :33

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    1. Sabes que escribo por y para enamorarte. Me alegra que te encante, y sabes que por ahora, Otoño es la única estación a la que quiero escribir.

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