lunes, 5 de octubre de 2015

Sólo la piedra permaneció

Pétrea era la mesa y pétreas las paredes del inhóspito rincón en el que los hombres habían decidido reunirse, como siempre, incitados por la desazón, la incertidumbre y el sentir más intenso de cuantos pudiesen concebir. A un lado, la templanza, el hielo, el acero de los ojos del hechicero que velaba por la calma, que optaba por la razón. Frente a él, el fuego, el oro líquido, la sombra del demonio que todo lo enredaba y lo tensaba. Sus copas chocaron antes de dar el primer sorbo en silencio, sonriéndose, sabiéndose hermanos y enemigos al mismo tiempo.

- Fue muy inteligente arrebatar a la reina de los brazos de sus padres. Un golpe certero al corazón - El amable brujo sonrió con calma, y la neblina los envolvió como una ninfa danzante que jamás se harta de ondular los vientos. 

- No. Fue doloroso. Inteligente fue convertirla en reina y arrasar con todo cuanto se había perjurado hasta entonces - Pérfido, se relamió los labios, como un gato al acecho de un insecto. Se recostó en su silla, la niebla se volvió negra y los envolvió como un manto de oscuridad que ni la mismísima luna sería capaz de disolver. 

En silencio, se miraron. Eran los dioses de la destrucción, alfa y omega, cielo y tierra, norte y sur, blanco y negro, la infinita dualidad universal hecha carne, sangre y poder absoluto. La risa escapó de entre sus labios y volvieron a brindar. Seguirían componiendo así, juntos, enfrentados, incomprensibles, insuperables, y brillarían como nadie volvería a brillar. El licor se convirtió en humo, en humo el brujo, en humo el demonio. Y sólo la piedra permaneció.

A esta piedra me anclaré 
hasta que vuelva el néctar, 
hasta que me mire el brujo, 
hasta que me ame el demonio. 
A esta piedra me anclaré tinta en vena, 
pluma en mano, 
cuervo al hombro, 
esperanza en vano.

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