lunes, 11 de julio de 2011

Del recuerdo, 3.

III

La pulcra mansión se alzaba sola en el terreno tras la destartalada muralla con puerta de forja. Sólo unos abetos resecos, mustios, danzaban con la brisa gélida en el descuidado vergel, produciendo el único sonido del lugar. Cuidadosamente, accedió al solar y se detuvo ante la imponente puerta principal; leyó una placa que rezaba "Avenida de las Rosas" y, a continuación, empujó la gran puerta. No obstante, ésta se abrió justo antes de haberla tocado, con un sonido desagradable.

Se encaminó al interior, como si sus pies supiesen el camino de memoria. En otro tiempo, el caserón había sido hermoso, se lo dijeron las flores marchitas en grandes jarrones de cerámica y las esculturas que enmarcaban cada espejo fragmentado y borroso. Las largas cortinas ondeaban hechas jirones en las ventanas sin cristales que habían sido tapadas con viejos tablones de madera. Frente a ella, la vieja escalinata marmórea. Subió cada peldaño, esquivando cada jarrón despedazado y cada montón de tierra. Una vez arriba, halló otra puerta, que también se abrió sin haberla tocado.


Pudo divisar entonces un gran piano de marfil, blanco y brillante, lo único en pie en aquella sala a la que no accedía la luz del sol. A diferencia de las ventanas del piso inferior, éstas estaban perfectamente tapiadas y escondidas tras las roídas cortinas de terciopelo rojo. De nuevo, montones de tierra ensuciaban el polvoriento suelo, y las flores marchitas decoraban cada rincón. Sobre la chimenea, un marco de fotos tan lleno de polvo que a penas pudo distinguir lo que se retrataba. Se acercó y tomó el cuadro, pasó la mano sobre él para retirar el polvo y se quedó boquiabierta. Era el retrato de una dama, ataviada con un magnífico vestido escarlata y luciendo una larga melena ondulada y oscura. En su cuello había dos pequeñas manchas rosadas, y en su rostro nada más que un gran espacio en blanco.

Circe abrió los ojos: estaba en su cuarto, sola, empapada en un sudor frío que le perlaba la frente. Respiraba agitadamente, tratando de recuperar el control. Se sentó en la cama e inspiró profundamente varias veces. Echó un vistazo por la ventana: aún no había amanecido, los cristales seguían empañados debido a la temperatura nocturna. Y fue al mirar al cristal del espejo cuando se sobresaltó. Éste se había empañado sin motivo aparente y alguien había escrito algo en él. Con el miedo taladrándole en corazón, que palpitaba a toda velocidad, se acercó al tocador y leyó, moviendo la boca pero sin emitir sonido alguno:

-La sangre llama a la sangre. Las rosas, a veces, pierden el rostro.

Se llevó una temblorosa mano a la boca. ¿Cómo podía saber el responsable nada sobre sus sueños? Imposible, se dijo. Pero era cierto, la mujer del cuadro no tenía rostro, la casa estaba en la Avenida de las Rosas, y aquélla había sido la casa de su familia hasta el terrible accidente.

Quien fuera que lo había hecho sabía demasiado. Se abrazó a sí misma, conteniendo las lágrimas. Un estado de total confusión la invadió, ahora cada sombra le asustaba y no sabía muy bien qué hacer. Se hallaba inmóvil frente al espejo cuando un grito desgarrador la puso en alerta.

A grandes zancadas, salió de su cuarto, buscando el foco del grito. Mas no tuvo que buscar demasiado, pues su prima Charlotte estaba sentada en medio de la salita de té, con el rostro horrorizado y las manos en la boca. Sus ojos, vacíos y desorbitados, miraban en dirección a la puerta abierta del dormitorio de su madre.

Haciendo acopio de valor, Circe abandonó a su prima y se adentró en el cuarto de tía Margueritte, donde halló una imagen que nunca olvidaría.

Las cortinas ondeando ante los ventanales abiertos, el dosel y las sábanas hechos jirones, y tía Margueritte yaciendo de forma poco ortodoxa sobre ellas. Tenía los ojos abiertos, vítreos, y la mandíbula desencajada como quien intenta gritar con todas sus fuerzas; en su cuello, el cual estaba torcido en un ángulo atroz, dos grandes heridas de las que brotaba sangre a borbotones. Y en el espejo del tocador, con su propia sangre, un mensaje dirigido obviamente a las primas:

"CUANDO LA BESTIA SALE DE CAZA, LO HACE HASTA SACIARSE, PERO NUNCA DEJA DOS CONEJOS VIVOS EN LA MISMA JAULA POR MUCHO TIEMPO."

Circe explicó, entre lágrimas de terror, lo ocurrido a la policía. Charlotte gemía dolorosamente en brazos de Daniel, quien había acudido amablemente al saber que su dama estaba en apuros. Además, contó lo que había visto en su propio espejo, a pesar de que ya había desaparecido. La muchacha, gran fanática del pensamiento romántico, pensó en un nombre para el asesino, mas no se atrevió a decirlo en voz alta por si la tomaban por loca.

Al rato, un grupo de hombres armados llegó junto al jefe de policía. Por lo visto, no era el primer ataque, y todos aquellos furiosos esposos, padres y hermanos pretendían cazar al responsable, ávidos de venganza.

-¡Es un psicópata!-Dijo uno de ellos- Trata de hacernos creer que es un animal, con esas estúpidas marcas...

-¡Sí!-Apoyó otro- ¡Sólo es un perturbado!

Entonces, un hombre mayor de cabello entrecano y ojos azules se puso en pie:

-Todos sabéis realmente que esa cosa tiene un nombre. Sabéis, porque tenéis pruebas de ello, que existen y por tanto dejan de ser un mito.

Claro que lo sabemos, pensó Circe. La palabra que definía al controlados de sus sueños, al asesino de tía Margueritte y otras tantas muchachas y al feroz merodeador nocturno sólo era una, y se dibujaba poco a poco en su mente: vampiro.

Los hombres se miraron y, a continuación, abandonaron las armas de fogueo y se hicieron con afiladas estacas de madera.

2 comentarios:

  1. VAMPIRO, VAMPIRO, VAMPIRO.
    EHEHEHEHEHEHEHE.
    ME ENCANTA EEEEEEEEEEEEEEM.

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    1. Es un homenaje a Bram Stoker, ¿cómo no iba a haber vampiros? Ay, gracias, de verdad.

      Un frío beso,

      Emily

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