lunes, 26 de enero de 2015

Llamador de ángeles

Los recuerdos del pasado resonaban, felices como ningún otro, en la profunda oscuridad del corredor. Años y años atrás, él mismo había recorrido cada pasillo y estancia de aquella casa, jugando con amigos, hermanos y primos, disfrutando de la infancia que tarde o temprano alguien les quitó. Suspiró profundamente y se sentó en el polvoriento sillón orejero y miró el jardín a través del cristal resquebrajado que componía el ventanal. Los roídos cortinajes caían desiguales y delimitaban la ventana, y no sabía qué resultaba más triste, si la húmeda y desvencijada situación de las paredes o las astillas en la propia vidriera. 

Sus pupilas recorrieron los cuadros, desgarrados por las uñas de algún animal fiero e iracundo al que en realidad podía poner nombre, pero prefería no hacerlo. A veces, es mejor olvidar a conveniencia que el monstruo de nuestras pesadillas somos nosotros mismos, y Edgar se limitó a desviar la mirada de sus ojos pardos, ignorando. Olvidando la primera vez que la luna llena lo transformó en lobo.

Todos los muebles y puertas yacían inertes, hechos trizas, añicos, serrín puro, y el polvo de los años cargaba el ambiente de toda la mansión. Estornudó. Un licántropo con alergia a los ácaros, vaya una estupidez. El fuego ardía una vez más en la chimenea, después de tanto tiempo la había encendido con algunas maderas astilladas y mobiliario de imposible reparación para quemar cosas que quería hacer desaparecer, para devorar sus recuerdos como devoraba a sus presas en cada noche de maldición. Las lenguas doradas danzaban en el interior del reducido espacio y calcinaban los últimos resquicios de sus reminiscencias cuando un pequeño objeto metálico salió despedido hacia la alfombra. Tintineó, encendido por el calor y el impacto contra la tela y el suelo de mármol; los ojos de Edgar se abrieron como dos lunas mellizas al reconocerlo. Apresurado, se agachó a tomarlo entre sus manos, sin importarle el daño que la temperatura pudiese hacer a su piel, sin importarle nada salvo las lágrimas que nublaban su vista ahora que lo tenía tan cerca. Un cascabel con un lirio tallado en su superficie relucía al cándido resplandor de la fogata, y entre sus dedos volvió a tintinear. Lily, su bien querida Lily. Cuánto la había amado, y cuánto habían disfrutado juntos en aquella casa. Cuánta envidia tenían las flores de su belleza y cuán acomplejadas habían estado las estrellas ante su luz. Lily había bajado el paraíso a aquel caserío inglés, y él lo había arrastrado al infierno a golpe de incisivo. Sollozó. No hay cura para los monstruos.

Guardó el colgante en su bolsillo, recordando que Lily solía llamarlo llamador de ángeles, y mientras abandonaba la casa se preguntó si algún día un ángel vendría a buscarlo. El cuerpo de Lily se consumió entre las llamas aquella tarde, cinco años después de que Edgar la degollase, y la luz se extinguió para siempre.

4 comentarios:

  1. Una historia realmente terrorífica, pero no tiene igual, como consigues darle ese final... Touche Emily, touche.
    Un besooo
    Lena

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    1. Una vez más, mil gracias, Lena. Me alegra haberte conquistado de este modo.

      Un frío beso,

      Emily

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  2. Unha verdadeira marabilla, querida Em, tan insuperable coma sempre <3

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    1. Moitas grazas, querida Clavecinista. As túas palabras sempre me animan a seguir.

      Un frío bico,

      Emily

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