domingo, 1 de marzo de 2015

El hombre

Esta es la tercera parte de El póster
+18: Este relato contiene material sexual explícito. Lo que leas a partir de este punto está bajo tu entera responsabilidad.

Es un maldito pecado encerrado en piel de ángel.

Soy más terca que una mula. No paro de repetirme ese pensamiento según bajo de la escalera de mano con la que me he ayudado para colgar una vez más el póster junto a mi cama. Sonrío en la oscuridad al recostarme, observándolo, durante la noche, y creo distinguir un resplandor tenue dibujando su silueta. Sacudo la cabeza, cierro los ojos y no tardo en dormirme plácidamente. Definitivamente, me estoy volviendo loca

Pero la noche no transcurre tranquila, no. Una risa, suave como el arrullo de las olas del mar, me arranca con dulzura de los brazos de Morfeo, y parpadeo varias veces antes de comenzar un preocupado escrutinio de la oscuridad abismal que me rodea. No hay nada, quiero pensar, habrá sido cualquier mueble. Pero el tenue resplandor sigue ahí, dibujando su silueta que, por razones que no alcanzo a comprender, parecía más cerca de lo que la recordaba. La oscuridad distorsiona. No, no es la oscuridad. No es la somnolencia. Está cerca, mucho más cerca que antes. Me siento en la cama, progresivamente alterada, y es entonces cuando puedo apreciar lo que realmente está pasando. Su silueta, su cuerpo completo se ha separado del póster en el que habitúa a vigilar mis movimientos, y permanece en pie, inmóvil, junto a mi cama, clavando esos profundos ojos de infierno en los míos propios. Trago saliva, incapaz de pensar o decir nada, con cientos de ideas estúpidas revoloteando en mi mente. 

Una mano se extiende hacia mí, tan desnuda como el resto de su cuerpo, e inconscientemente la cojo y dejo que tire de mí con delicadeza. De rodillas sobre la cama, me resulta imposible despegar los ojos de los suyos, tan profundos como los abismos de los infiernos, y tan brillantes como cualquier galaxia del universo. No, cualquier galaxia no. Una galaxia única y perfecta. Deja mi mano sobre su torso desnudo, justo sobre el lugar donde debería latir su corazón, y un escalofrío sacude mi cuerpo. Está vivo. Murmuro, entreabriendo los labios, dejando que mis falanges dibujen las difuminadas líneas de su musculatura, haciendo saltar chispas sobre su piel de papel. Inspiro profundamente, expiro y vuelvo a empezar, cada vez más aterrada por la falta de aire en mis pulmones. Comienzo a hiperventilar, sin dejar de perfilar sus hechuras, de devorar sus ojos oscuros con mis pupilas ávidas de... ¿De qué? 

De nuevo, la risa. Se ríe a medida que mis caricias se vuelven fruto de la necesidad más acuciante, a medida que me apego a él, a medida que pierdo todo control sobre mi actividad pulmonar. Entonces, ocurre, y mis labios apresan la piel de su garganta para mordisquearla lenta, desesperadamente. Se calla. ¿Por qué se calla? Sus manos se aposentan firmes sobre mi cintura, y, paciente, espera a que me detenga para recuperar el aliento. Siento sus dedos deslizarse entre mis cabellos, garras afiladas en las zarpas de un dragón. Suspiro. Me besa. No es un beso dulce, ni un beso apasionado, es un beso que ya me han dado antes. Reconozco el tacto, el sabor, cada movimiento y cada llama encendida en mi boca. Incluso el olor a libro nuevo y a océano Pacífico que me embriagan son conocidos para mí. Da igual, no importa. Nada importa más que esto.

En silencio, nos retorcemos, reptando con prisa entre las sábanas revueltas, sin dejar de besarnos, y sin dejar de mirarnos. Ni siquiera me resulta extraño que un hombre haya salido de mi póster, ese mismo hombre cuya presencia llevo sintiendo desde que el cartero lo dejó aquí. Tampoco me extraña que se mueva sobre mí como una serpiente, sabiendo lo que hacer mejor que una máquina, comportándose como una bestia voraz. 

Me deshago del pijama de invierno, y él se encarga de deslizar mis bragas hasta deshacerse de ellas, lanzándose en ese momento a mis genitales con la lengua cargada de saliva y ardor. Pero son sus ojos, ah, son sus ojos los que me hacen chillar. Ese maldito infierno que los forjó terminará por abrasarme también a mí. Lame mi vientre, mis pechos, mi garganta. Entra en mí de una sola estocada y los músculos se me tensan. Cierro los ojos, sin dejar de gritar, y pierdo la noción del tiempo, del espacio, de los límites físicos y de la mismísima realidad. Y para cuando los abro, la luz del día lucha contra las rígidas persianas de mi ventana, mi cuerpo yace agotado y envuelto en el pijama, y la sensación de sofoco me invita a reconocer que todo ha sido un maldito sueño por culpa de mi obsesión con ese póster que me mira, que me vigila, que me revoluciona, y que en este mismo momento, ante mis ojos desorbitados, es un simple marco en cuyo interior no hay absolutamente nadie.

4 comentarios:

  1. Buena forma de despertarse.
    Es absolutamente genial, Em. Y maldito póster, que no deja a nadie vivir tranquulo xD
    Un beso.

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    1. La verdad es que hasta yo empiezo a cogerle manía al pobre póster, pero no tiene la culpa de ser maravilloso. Gracias por molestarte en leer y comentar, eres un sol.

      Un frío beso,

      Emily

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  2. Desde luego ha sido una noche inolvidable, pero ese poster la está provocando más de un dolor de cabeza.
    No puedo esperar a seguir leyendo ;D
    Un beso
    Lena

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    1. Veo que la entiendes muy bien, y eso me encanta :3 Me alegra que te esté gustando, ya falta poco para el desenlace :D ¡Gracias por tus comentarios, siempre me sacas una sonrisa!

      Un frío beso,

      Emily

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