Añoro leerte. Nuestros abrazos nunca fueron de piel, ni de lágrimas, ni de voz, ni de lluvia. Nuestros abrazos eran de palabras y añoro leerte. No eras mi libro de cabecera, ni mi libro favorito, ni siquiera un libro que recomendaría a cualquiera, pero eras un libro muy especial y ese hueco en mi biblioteca jamás volverá a ocuparse.
Añoro la forma en que podía difuminarme contigo, ser palabras y nada más, ser ausencia, volar sobre tus plumas gris nube y derretir el hielo contra las ventanas de nuestra casa. No sé, tal vez esto es un síntoma más del poeta que nunca seré y del artista que nunca he sido. Pero te añoro, eso lo sé.

— Me gustaría decir hasta pronto — Dijo Escarcha —, pero ambas sabemos que todavía no tenemos valor.
A Lechuza, por si volviese.
Sus alas blancas revoloteaban alrededor de la rosa, leyendo en sus pétalos el frío del invierno. Aquella estación siempre le recordaba a ella, pero no porque fuera gélida y pálida, no porque fuera escarchada. Le recordaba a ella y a los baños de burbujas antes de dormir, al té caliente junto a la chimenea, a la silenciosa calma que danzaba entre ellas cuando escribían juntas.
ResponderEliminarJuntas, como siempre estuvieron y nunca debieron dejar de estar.
Cuando salió de la casa de paredes azules, ahora desconchadas, pensó en lo que había dicho Escarcha, antes de cerrar la puerta hasta la próxima vez que la nostalgia la condujera a aquel lugar.
«Volamos en círculos que, inevitablemente, se cruzan. No tardaremos en chocar la una con la otra. Y llevo eones deseando ese momento».
~Lechuza