lunes, 29 de agosto de 2011

Del recuerdo, 8.

VIII

Estaba realmente hermosa cuando dormía. La cogió en brazos y la llevó al dormitorio, la única habitación de la casa que estaba restaurada por él mismo. La tumbó a su lado sobre la gran cama y acarició su rostro hasta que se volvió a despertar.

-Buenas noches, mi ángel.

-¿Cómo podéis llamar ángel a alguien que os ha mordido y ha bebido vuestra sangre?

-Es tan sencillo como que hasta los ángeles caen al infierno del que yo he salido- Sonrió. Circe gateó para acercarse más y poder besar sus labios.

-¿Cuánto hace que sois vampiro, Alexander?

-Muy poco, sólo una década.

-Contadme esa historia.


El muchacho sonrió, la abrazó y, mirando a algún lugar en la lejanía de su memoria, le narró:

-Yo tenía veintidós años y me dirigía a casa al anochecer. De pronto, oí gritar a una dama que corría hacia mí, así que la detuve y traté de saber lo que la alteraba. Estaba cubierta de sangre, el pánico le desorbitaba los ojos, temblaba, se agitaba entre mis manos. Por un momento pensé que tal vez la perseguían, pero nadie venía tras ella. Le hablé durante un rato, mas no apartaba la mirada de mi garganta. Cuando me desperté, estaba solo y tirado en medio de la calle. Podía oírlo todo y veía demasiado bien como para ser de noche. Además, tenía muchísima hambre y empezaba a marearme, por lo que corrí a casa, donde sólo me esperaba mi anciana madre-Tragó saliva-. Aún recuerdo sus sabios ojos azules secándose ante los míos, sus arrugadas manos perdiendo fuerza, su flácido cuerpo quedando sin vida porque su estúpido hijo no sabía controlarse.

Los ojos de Alexander se llenaron de tristeza y una lágrima no pudo salir de sus ojos de plata. Circe le abrazó con fuerza, besó sus labios incontables veces hasta que le sacó del océano de sus recuerdos para devolverle al presente. Él besó sus mejillas, que por su culpa no se sonrojarían más, besó su boca, que no necesitaría tomar aire jamás; besó su garganta, en la que apenas oía ya el latido de un corazón que se marchitaba tan rápido como las rosas. Gimió al abrazarla, disculpándose entre murmullos. No obstante, la joven le tomó el rostro entre las manos y, mirando fijamente aquellos ojos plomizos, le dijo:

-Alexander, no voy a juzgaros por lo que hayáis hecho o dejado de hacer. Voy a quedarme con vos porque os amo, porque aunque creáis que me habéis matado, ahora me siento más viva que nunca.

Con la delicadeza del inexperto, Circe le inclinó la cabeza en un ángulo cómodo para ambos y, tras llenarle el cuello de tiernos besos, clavó sus colmillos en la que creyó la vena más adecuada. Sus brazos la encerraban en una jaula de comprensión y agradecimiento mientras tomaba el nuevo alimento al que se tenía que acostumbrar. Cuando hubo terminado y sin haberse limpiado los labios, besó los de aquel que buscaba su cuerpo tras las oscuras ropas, las cuales optó por arrancar de su cuerpo con ferocidad.

Unos golpes llamaron su atención: había alguien en el recibidor. Asustados, los amantes se miraron y se abrazaron.

-¡Por aquí!- Gritó una voz de hombre.

-¡Atrapadle!

Se separaron. Alexander tomó su mano y tiró de ella para meterla en la habitación contigua. Corrieron y corrieron, pero allá donde iban encontraban humanos que les buscaban, armados con estacas y llenos de furia. Un par de ellos les sorprendieron. Alexander les enseñó los colmillos mientras abrazaba a la llorosa Circe, que trataba de hacer lo mismo pero el pánico se lo impedía. Uno de los cazadores chilló:

-¡Ha convertido a una! ¡Ha convertido a Circe Hardcastle!

El vampiro rompió los tablones que tapaban una ventana y, con ella sobre los hombros, saltaron al descuidado jardín y se escondieron tras los matorrales.

-Lo siento, Alexander, yo...

-No, tranquilizaos-Besó su frente-. Tenemos que irnos de aquí.

-¿Cómo?

-Hay que separarse. Vuestros nuevos reflejos os permitirán escapar, sólo necesitáis calma y concentración.

-Pero...

-Cariño, necesito que sobreviváis-La abrazó con fuerza-. Huid, me reuniré con vos en el cementerio, tras el panteón que tiene dos querubines esculpidos.

-Alexander...-Sollozó entre sus brazos.

-¿Si?

-Os amo.

El caballero eterno besó a su dama y desapareció entre las sombras.

Circe corrió al escuchar cómo su amado rugía a varios de los cazadores, y cómo estos atacaban, gritaban y caían sin vida al suelo. Ella también podia hacerlo, se dijo, ahora sí que podía. Decidió aprobechar el escándalo para entrar sigilosamente en la casa por la astillada puerta trasera. Las sombras le servían de escudo, pero pronto dos hombres la acorralaron en un cuarto.

-Joven Circe, debemos purificar vuestra alma-Dijo uno de ellos.

-¡No! ¡Dejadnos en paz!-Chilló al retroceder. Las afiladas estacas de pronto le suponían un nuevo reto.

-No le defendáis.

Los dos cazadores comenzaron a forcejear con ella, quien asestaba golpes y mordiscos por doquier. Pero por desgracia aún no estaba completamente formada y sus fuerzas flaquearon lo suficiente cuando  más las necesitaba: una afilada estaca le atravesó el corazón y sintió que todo se desvanecía.

Al ver la sangre brotar, los cazadores retrocedieron. Una voz chilló a sus espaldas:

-¡¿Se puede saber qué demonios habéis hecho?!-Frederic estaba jadeante y sudado, como si hubiese venido corriendo. Su rostro era una mezcla entre ira y horror. Avanzó hacia su prima y se agachó a su lado.

-Ella...la habían convertido...

-¡Aún era humana, si no no sangraría!- Una pequeña mentira que hizo huir a los hombres gritando "retirada". Entonces miró a la muchacha: palidecía por segundos, sus ojos se apagaban. Las lágrimas acudieron a los ojos verdes del muchacho, abrazó a su prima:- Lo siento, Circe, lo siento...

-Llévame...-Su voz era apenas audible- al cementerio...

-¿Al cementerio?

-Él...me espera...frente a los...querubines...

Cerró los ojos y jamás los volvió a abrir.

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