sábado, 31 de enero de 2015

Charlotte

La luz no es tan pura y brillante en los pantanos de Redfield Ville, un lugar oscuro y lúgubre al que nadie se acerca y al que todos temen más que a ningún otro. Pero las historias y las leyendas son monedas de doble cara, y la verdad sobre los pantanos no es tal y como la pintan. Dejando a un lado los lodazales y las turbias aguas estancadas, los árboles de sombra siniestra y nudosos brazos, todas las criaturas que viven en el pantano son felices, porque hay alguien que se encarga de velar por su seguridad. ¿Su nombre? Charlotte.


Charlotte había sido una niña normal, una habitante de Redfield Ville a la que los demás niños no comprendían. Mientras los otros jugaban y se divertían, Charlotte se quedaba en su cuarto y leía historias increíbles sobre castillos flotantes, reinos muy lejanos, dragones y mazmorras, caballeros, hechiceros... Por las noches le costaba dormir, pues cuando papá llegaba a casa le echaba una reprimenda por no actuar como el resto. Y esa fue la primera cicatriz. Papá y mamá no entendían qué podía haber en los cuentos de Charlotte mejor que en el parque o la escuela, pero ella sí lo sabía: nadie podía lastimarla entre las páginas de sus libros. La segunda cicatriz apareció cuando nadie más en la escuela la entendió.

Charlotte creció y aprendió que, por muy interesante que fuese su mundo interior, al parecer algo iba mal con ella. No gustaba a nadie, ni chicos, ni chicas, familia o vecinos, nadie entendía su mente viajera ni sus ganas de aprender. Y eso la entristecía hasta el punto de que las cicatrices se reabrieron y se sumaron la tercera, la cuarta y la quinta. Al alcanzar la mayoría de edad, Charlotte se sentía tan rara que había caído en el error de odiarse y herirse con turbios pensamientos, y no tardó en marcharse de allí. Nadie la detuvo, y la cicatriz de la soledad atravesó su pecho de parte a parte.


En su camino, se aventuró por los bosques que rodeaban la aldea, y sus finos zapatitos de tacón le hicieron dar un traspié y caer sobre unos matorrales. Boca abajo, pestañeó, y ante sus ojos se plantó un ser diminuto, de menos de un palmo, con la nariz respingona y el cuerpecito menudo, y sobre su pelo oscuro un gorrito de champiñón. La muchacha pestañeó y se giró lentamente para observar a la curiosa chica seta, y la tomó con cuidado entre sus manos. Se sostuvieron la mirada, y la callampa sonrió sin decir nada, probablemente no supiera hacerlo. Charlotte empezó:

- Hola - Su voz temblaba con miedo -, soy Charlotte. ¿Quién eres tú?

La criaturita saltó, feliz, y señaló su sombrero.

- ¿Honguito? - Inflando los mofletes, se señaló el vestido - ¡Oh! Eres una chica, claro. ¿Chica seta?

La chica callampita asintió y muy alegre señaló a sus espaldas. Un estanque de agua oscura y embarrada susurraba palabras de lluvia entre los árboles; la curiosidad pudo con ella y a pesar de la repulsión se acercó allí con su nueva amiga, que insistió, señalando el agua. Con miedo, Charlotte metió un piel en las pantanosas aguas y reprimió una mueca de asco; podía sentir la arenisca acariciando sus tobillos y las plantas sumergidas mordisqueando su piel. Y fue entonces, cuando la joven tenía el agua hasta las rodillas y la criaturita que parecía salida de un champiñón miraba el agua atentamente, cuando una luz débil se encendió ante ellas. Inconscientemente, Charlotte caminó hacia ella y dejó que la envolviese, y una sinfonía de grillos y cigarras dio inicio. Desde las orillas, de repente, cientos de setas de todos los colores, con cuerpecito humano y cara curiosa, comenzaron a nadar hacia ella, a subirse a las ramas y rocas cercanas, a observarla en silencio. El resplandor la envolvió y por arte de magia desaparecieron sus ropas. Sonrojada, retrocedió un paso, pero la luz la tomó entre sus brazos, y sobre sus curvas apareció un traje de estelas y chispas que la igualaron a las estrellas, Sus cabellos, naranjas como el fuego, se trenzaron y recogieron, y las mismísimas estrellas se enredaron en ellos. Y de pronto, aquel pantano se llenó de belleza celestial, y los árboles de sombra se volvieron acogedores, y las aguas se convirtieron en una tranquila laguna, y el lodo y la tierra se purificaron, y los miles de champiñones con patitas estallaron en aplausos y saltos. Charlotte comprendió, y dio una vuelta sobre sí misma para todos ellos; la luz se dispersó por el pantano, y brilló más que ninguna otra.

Si ella no hubiese leído cuentos, si sus cicatrices no le hubiesen enseñado, si no se hubiese enfrentado al miedo o a la soledad nunca habría descubierto que en realidad era una estrella, y que en un día como aquel iluminó las vidas de cientos de criaturas afortunadas por tenerla junto a ellos. Desde ese momento, Charlotte se convirtió en la estrella del pantano, y mientras los habitantes de Redfield Ville se mantenían distantes y temerosos ella logró ser feliz y encontrar una nueva familia junto a la chica callampita.

A mi querida Charlotte, 
para que no vuelvas a dudar de la luz que ocultas bajo las heridas.

Emily

2 comentarios:

  1. Que alegria me ha dado cuando he leido algo más sobre la pequeña chica callampita, fue gracias a ella que descubrí tus maravillosos textos.
    La forma de ver el mundo cambia según la persona, y Charlotte tenia la suya propia, un beso enorme
    Lena

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    1. Me alegra que te haya gustado, porque es muy probable que la chica callampita aparezca mucho a partir de ahora. Y tal y como dices, Charlotte era una incomprendida pero no por ello estaba equivocada, simplemente tenía su propio punto de vista.

      Un frío beso,

      Emily

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