sábado, 28 de marzo de 2015

La última hora

La boca le sabía a cuerdas y a cristal. 

Sentía sus alas oprimidas entre los fríos barrotes de la jaula en la que había nacido, y entre sollozos de pura frustración se preguntaba si podría respirar de nuevo alguna vez. 

El cielo azul al que tanto le gustaba mirar se le hizo agobiante, como una zarpa que se alza amenazante sobre el cuerpo débil de un conejo. 

La música que sonaba en la gramola se volvió triste, aburrida, monótona, y soñó que sus patitas crecían lo suficiente para cambiar de disco aun si la prisión no se abría jamás. 

Cada mañana, miraba su reflejo en el charco que sus lágrimas nocturnas formaban junto a ella, y lo único que podía ver era una maraña de líneas difuminadas sin principio ni fin, sin luz, sin sombras, sin nada.

Debía escapar.

Escribió con sangre una lista de deseos que todavía hoy siguen grabados en el fondo de la jaula de la que consiguió salir, y aunque el amo Destino la escondió en el desván otros pájaros aprendieron de ella.

Fundió los barrotes con la esperanza que día a día se ahogaba en su miedo, rompió las ventanas con una fiera mirada al futuro feliz, y extendió sus alas para volar lejos, hacia las montañas. 

La nieve cubrió su tormenta, y la paz le devolvió la sonrisa.

2 comentarios:

  1. Es realmente hermoso Emily, lleno de sentimientos, con un lenguaje dulce y melancólico. El usar la figura de un ave lo hace especial, porque necesita libertad y eso hace que me sienta identificada. Ese final... Has logrado hacer que me emocione, un millón de gracias por compartirlo con estos, tus fieles lectores, un beso
    Lena

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    1. Regresar y saber que hay unas palabras tuyas esperándome no tiene precio. Y además haber conseguido emocionarte una vez más son cosas por las que vale la pena escribir para gente como tú. Muchas gracias por haberte molestado en leer mi humilde relato, de verdad, eres fantástica.

      Un frío beso,

      Emily

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