martes, 23 de marzo de 2021

Nostalgia

Crepita palpitante en las entrañas de la casa. Palpita entre las sombras, fuego y polvo, el crujir de la montaña. Son los ojos en la noche, las cadenas de un fantasma, uñas rotas desgarrando la madera, los ocho pasos de una araña. En la mansión de la colina todo es viejo recuerdo y falso silencio, se desliza hasta las bocas del vecino, del viajero, menos mal que está ahí arriba, tan sola, y nosotros tan aferrados a lo nuestro. Pero el pasado no es la sábana sobre la vetusta escalera, no un espejo algo quebrado, no la polilla y el cementerio; pasado es fuego cálido y constante, mas también un gran incendio.

Hoy miramos hacia la casa con ojos resabiados, lastimeros. ¡Qué gran casa podríamos haber sido, sí, pero qué gran casa seremos! Y pasamos por delante no una ni dos, sino mil veces cada día, semana, mes, año y lustro, dejamos atrás la colina como si la nostalgia más fina pudiese mantener el presente a raya. Lloramos el tablón quebrado y añoramos la gran ventana que daba al campo, pero al doblar la curva volvemos a olvidar, a mentir, a negar. Crepita el fuego palpitante, solloza en soledad y con sus viejos pulmones aviva las llamas que iluminan las ventanas rotas, que calientan las habitaciones plagadas de almas y que envían ecos de voces colina abajo: auxilio, es aquí, en lo más alto.

Mi coche se ha detenido antes de llegar a la curva y los pies siempre me llevan a la mansión de la colina; ahora no soy más que cristal roto y madera fría. ¿Quién me mandaría a mí olvidar la casa que ya tenía? Al gran piano de ébano me aferro y por la puerta ya no salgo, pues no soy un grito en el viento: yo soy fuego, yo soy fuego, yo soy fuego.

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